Ghostwire Tokyo: original y conservador a partes iguales

Ya hemos completado la nueva apuesta de Kenji Kimura y Shinji Mikami. Una perversa visión de Tokio en la que la población ha sido aniquilada y los fantasmas campan a sus anchas por la ciudad. Ghostwire Tokyo es una realidad y ya podemos contaros qué nos ha parecido.

¿Dónde está todo el mundo?

Imaginad que un día salís de casa y os encontráis con una ciudad desierta. Concretamente, carente del 99% de su población. Para más inri, el lugar parece sumido en una noche eterna y una barrera de niebla apenas os permite movernos con libertad. Además, la cosa se va de madre cuando descubrimos que estamos muertos y alguien que se hace llamar «KK» permanece en nuestro interior y pretende usarnos para lograr sus fines. A pesar de la confusión, su presencia nos permite sentirnos acompañados en mitad de semejante caos. No sabemos muy bien quién —o qué— es, pero parece conocer perfectamente lo que está sucediendo en la ciudad, y si algo podemos sacar en claro, es que un misterioso ¿hombre? enmascarado que atiende al nombre de Hannya está detrás de todo esto.

La puesta en escena nos pone a tono y promete, pues la cuidada factura del título, el amor por el detalle y la maravillosa ambientación (Shibuya es una auténtica maravilla) son ingredientes más que suficientes para dar forma a una experiencia capaz de cautivarnos desde el primer momento. Además, el control es una delicia y la exploración sorprende gracias a su verticalidad; poco tardamos en descubrir que podemos escalar y hacer uso de diversas mecánicas que nos permiten ascender a los tejados más altos de la ciudad, saltar y planear entre ellos. Hay que decir que es muy cómodo y gratificante jugar a Ghostwire Tokyo, un título que a menudo se muestra sofisticado en este tipo de aspectos.

Los primeros compases resultan un tanto confusos, aunque las ganas de continuar y descubrir están ahí. Perros y gatos a los que podemos leer el pensamiento, acariciar e incluso dar de comer, vestigios de personas que perdieron la vida y nos dejan algunos detalles sobre lo que está pasando, santuarios que podemos debemos liberar si queremos disipar la niebla que nos impide acceder a otros distritos… y enemigos, muchos enemigos. Y aquí, un pequeño tirón de orejas: son espectaculares en primera instancia debido a su diseño y patrones de movimiento, pero no hay demasiados y se repiten a menudo. En resumidas cuentas, las primeras horas de juego sorprenden, aunque luego tiene difícil seguir haciéndolo.

El sistema de combate, por su parte, no dista demasiado de lo que vemos en cualquier FPS, aunque aquí no usamos pistolas o rifles, sino proyectiles mágicos que brotan de nuestras manos. Desde disparos de poder eólico hasta explosiones ígneas o arcos horizontales de agua. También tenemos un poderoso arco capaz de borrar del mapa a cualquier enemigo de forma inmediata, aunque las flechas son muy cotizadas y no siempre vamos sobrados de munición. Ghostwire Tokyo presenta un sistema de combate original que resulta gratificante a los mandos: podemos fijar blanco o apuntar manualmente, realizar ataques cargados y hacer uso de talismanes para aturdir o despistar a los enemigos, entre otras acciones. Sin embargo, la elevada cadencia de batallas y la escasa variedad de enemigos terminan haciendo mella en el conjunto y no siempre apetece luchar contra hordas de enemigos, especialmente a medio y largo plazo.

Precioso por fuera, conservador por dentro

Si hay algo que me ha dejado cierto sabor agridulce, no es otra cosa sino el hecho de plantear una fórmula mucho más conservadora de lo que parecía durante los primeros compases. Como sandbox o videojuego de mundo abierto, Ghostwire Tokyo apenas se desmarca de lo que tantas veces hemos visto en el género. Tenemos un escenario de tamaño considerable y un sinfín de iconos en el mapa: misiones principales y secundarias, coleccionables y otras actividades que podemos realizar se reparten a lo largo y ancho de un escenario en el que, si bien es cierto que siempre hay algo que hacer, no necesariamente resulta gratificante conforme pasan las horas.

Los contenidos opcionales como la caza de Tanukis y otras criaturas se vuelven repetitivos y la recompensa no resulta del todo gratificante. Sin embargo, las misiones secundarias sí que son muy interesantes, no solo por las pequeñas historias que nos cuentan, sino por la manera en la que se explora el folclore y las leyendas japonesas. Además, estos encargos nos permiten acceder a entornos interiores como casas abandonadas, tiendas y otras localizaciones que aportan frescura al desarrollo; sirven para desconectar de la exploración del mundo abierto y a menudo nos trasladan a lugares en los que la tensión podría cortarse con un cuchillo. Es un título en el que merece mucho la pena aceptar y completar todas las misiones que vemos.

Además, hay una mecánica que no termina de convencerme, no al menos en la manera de ejecutarse: la recolección de espíritus. A lo largo y ancho del mapa encontramos cientos de fantasmas que debemos absorber. Cuando hacemos lo propio con uno obtenemos puntos de espíritu que podemos canjear por experiencia a través de misteriosas cabinas de teléfono. Por ejemplo, un grupo de tres fantasmas igual nos premia con 1.200 puntos espirituales y estos espectros no solo están repartidos por toda la ciudad; también son la recompensa por ganar algunas batallas o completar misiones secundarias. La idea no está mal, pero creo que existe una brecha entre el contenido principal y la cantidad de espíritus que hay. No tengo claro si merece la pena dedicar horas a llenar el contador, debido a que la campaña se acaba mucho antes de que hayamos capturado a un tercio de ellos.

En definitiva

Ghostwire Tokyo no siempre consigue ofrecer una experiencia diferente a lo que habitualmente encontramos en cualquier videojuego de mundo abierto. La estructura del escenario, la manera en la que implementa los coleccionables y el diseño de misiones han resultado ser mucho más clásicos de lo que parecía tras asomarnos por primera vez a esta oscura versión de Tokio, dando lugar a un conjunto que, si bien es sólido, también se antoja previsible en más de una ocasión. A pesar de ello, la fantástica recreación de la ciudad, el amor por los pequeños detalles y la sobrecogedora ambientación y puesta en escena invitan a darle una oportunidad. Además, la historia se mantiene a un buen nivel, y aunque no sorprende, cumple con creces y se basta para mantener el interés hasta el final. Puede que no sea tan diferente a los demás como esperábamos, pero derrocha personalidad y eso es un motivo más que suficiente para probarlo. [75]

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