Cada vez que voy a recoger a mis hijos al colegio al medio día, les pido que me expliquen solo una cosa que les ha gustado de su mañana en el colegio. Si han aprendido algo nuevo que les haya llamado la atención, si sus profesoras han comentado algo interesante, o quizá algo tan trivial como que si se lo han pasado bien en el patio…
Sin embargo, son muy pocas las veces que me cuentan algo directamente y suelo tener que darles bola, pasar a otra cosa, y volver a hacerles la preguntita porque les da palo hablar de cosas tan triviales. Es algo que entiendo, porque a mi mismo me pasa: hablar de cosas triviales da palo. A veces les explico qué es lo que yo he hecho durante la mañana para plantear un intercambio justo de información pero, cuando lo hago, me siento un poco como el que habla del tiempo: no le veo interés a esas cosas de mi vida cotidiana.
Contestar correos, reunirme por Zoom, ordenar un poco el piso, preparar la comida… No son temas que vayan a interesar a niños de siete y cuatro años; es más, hasta a mi me parecen un aburrimiento, no tienen nada de especial. Pero, a la vez, esto me hace ver por qué mis hijos sienten que lo que ellos me puedan explicar de su día no merece la pena, que rememorarlo llegue a ser algo tedioso para ellos.
Al final, el interés por los actos cotidianos depende del prisma desde el que los miremos. A mi que mi hijo pequeño me cuente que ha jugado a alienígenas en el patio me parece una historia apasionante, y cuando el grande me enseña un dibujo que ha hecho de Super Mario se me cae la baba. La culpa supongo que la tiene el cariño que les tengo, que hace que mire lo que hacen con un filtro especial.
The longest road on Earth, que pasó con éxito por Kickstarter, plantea este mismo ejercicio pero con desconocidos. Actuando casi únicamente como observadores de situaciones cotidianas, aparentemente carentes de cualquier epicidad o trascendencia, acompañaremos a diferentes personajes en algunas situaciones de su día a día, regadas con canciones maravillosas de Beícoli, capaces de ponernos en el mood adecuado para saber ver más allá de lo que las imágenes nos enseñan, algo que tiene un gran mérito. La música es sin duda el apartado más brillante de este título, siendo la responsable que la fórmula propuesta carbure.
El juego de Brainwash Gang y TLR Games y distribuido por Raw Fury es, así, una experiencia intimísta que me ha producido, sobre todo gracias a los increíbles temas de Beícoli como ya he comentado, los mismos feels que algunas escenas de Lost in translation. Esas secuencias en las que los protagonistas estaban absolutamente perdidos en Tokyo, como si estuvieran en otro planeta, me hacen sentir de una forma muy parecida a este The longest road on Earth.
Las cerca de 2 horas de duración convierten a The longest road on Earth en un ejercicio asequible hasta para lxs más escépticxs. Hasta ellxs serán capaces de sacar, seguramente, algo interesante de esta experiencia interactiva.
Dios, espero que el juego sea mejor que el analisis, a ver si en otra web encuentro un analisis que no me haga sangrar los ojos.
Perdón por si te hiero los feels.
No pasa nada, lo de sangrar los ojos no lo he entendido, pero espero que estés bien.
Por los feels no te preocupes, prefiero que no me sangren los ojos.
Has logrado tu proposito Cris XDD
LOLAZOOOOOOO
Hostia, te has topado con un erudito, bro Kris.
La duda que me queda es si le sangraban los tres ojos.
😀