Con cinco años de retraso tras el debut televisivo de Prison Break y prácticamente un año después de su dramático final tras cuatro temporadas en parrilla y un telefilme para dejar bien cerrado el esperpento en el que se convirtió la historia de Schofield, Burrows y La Compañía, llega a nuestras casas el videojuego. Encarnados en un agente de La Compañía infiltrado en Fox River para descubrir qué trama Michael Schofield al haber ingresado en la misma prisión que su hermano, revivimos la primera temporada de la serie desde un punto de vista ajeno a sus protagonistas.
De esta forma, controlando más mal que bien a Tom Paxton iremos siguiendo los devenires de Michael, Linc, C-Note, Sucre y demás reclusos de Fox River que planean la fuga. La mecánica del videojuego de Prison Break es tremendamente sencilla: haz lo que te dicen. Con una escasa libertad de acción y con unos parámetros de juego muy cerrados, tendremos que cumplir milimétricamente los objetivos que se nos plantean, normalmente infiltrarse sin ser detectado en algún sitio para conseguir un objeto o escuchar una conversación.
El sistema es tan rígido que no existe libertad posible para el jugador. Si te descubren en una misión, automáticamente se para la partida y debes comenzar desde el último punto de grabado automático. Pero no sólo eso. El camino correcto para infiltrarse es uno y solamente uno. En ocasiones es necesario forzar a la máquina actúe para poder progresar. Imagina que quieres y puedes avanzar por un pasillo para llegar a cierta puerta; pues el juego necesita que tú, jugador, te escondas en esa taquilla que hay en la pared para mover al guardia que hace guardia cerca de la salida. La inteligencia artificial es, además, tan limitada, que o te acostumbras a sus particulares reglas o resulta imposible progresar. En ocasiones son capaces de verte desde 40 metros de distancia y cuando estás en una zona oscura; en otras, son incapaces de verte aunque les roces la chepa.
Habitualmente, entre cada nivel de infiltración somos testigos de una o dos secuencias que desarrollan el hilo argumental y somos partícipes de alguna escena de eventos rápidos. Al contrario de videojuegos del nivel de Heavy Rain o la saga completa de God of War, en la que el timing para pulsar los botones es casi perfecto, en Prison Break es sencillísimo cometer un error porque los botones aparecen por muy corto espacio de tiempo, lo que resulta, a la postre, desesperante.
Y entre QTE y niveles de infiltración tenemos una limitada libertad para dar golpes a un saco de boxeo o levantar pesas en el patio de la cárcel, así como para pelear en peleas clandestinas para ganarnos unos dólares que gastaremos en la única compra disponible en el juego: tatuajes. El combate tampoco resulta más satisfactorio que las QTE o la infiltración y el limitadísimo sistema resulta tosco, duro y de lenta respuesta, lo que no hace sino redundar en la sensación de aburrimiento.
A nivel gráfico tampoco destaca, aunque en imágenes estáticas la recreación facial pueda parecer aceptable. Nada más lejos de la realidad y los graves fallos en el movimiento labial (cuyo parecido con las frases que se dicen es pura coincidencia), lo paupérrimo de las animaciones y del modelado de los personajes, el poco acertado ángulo de cámara que nos tapa prácticamente la mitad de la visibilidad del escenario o el pobre trabajo en cuanto a texturas y nivel de detalle, lo sitúan un peldaño por debajo de los mínimos exigibles en esta generación.
Prison Break: la conspiración cuenta con un modo multijugador offline que nos permite recrear un club de la lucha, con las limitaciones ya mencionadas del sistema de combate. El juego está traducido al castellano, pero no doblado, y si tuviera que recomendarlo por algún motivo sería única y exclusivamente para que los coleccionistas de trofeos sacien su sed con él. No existe otro motivo para probarlo.