Hay juegos que se merecen ser recordamos por mucho tiempo y eso es bonito. Tal como pasa con otros medios culturales, pensar en un libro una vez leído o en una película una vez salimos de la sala del cine es para mí motivo de alegría; con Super Metroid me pasa algo parecido, solo que esta aventura de Samus Aran no me la puedo quitar de la cabeza.
Esto es algo que me sucede menos, que solamente siendo con obras que verdaderamente me dejan huella. Super Nintendo es una consola que vivió antes de que yo naciera, así que podríamos decir que llegué tarde. Sin embargo, siempre intento hacer una lectura de este tipo de obras con el respeto que merecen y en el contexto en que se situaron. No es lo mismo jugar a Super Metroid ahora que antes, como tampoco será lo mismo vivir el primer Bioshock ahora.
El caso es que gracias a la oportunidad que he tenido ahora de jugar por enésima vez esta perla, por primera vez de forma oficial en un dispositivo portátil, me he dado cuenta que hay un nombre que no puedo dejar de incluir en mi lista personal de 10 juegos favoritos de todos los tiempos. New Nintendo 3DS es la plataforma donde he podido disfrutar de estas poco más de cuatro horas de frenesí jugable, de muestra sobre cómo hacer las cosas bien sin alardes ni pretensiones.
Super Metroid es hijo de su tiempo, un título atemporal que se pone por encima de sus rivales del género pero lo hace sonrojando a los demás por ser anárquico en su sistema, en su forma de afrontar le mera experiencia jugable: olvídate de ir de la mano, esto es un reto sin ayudas, sin Navi, sin tutoriales absurdos.
El planeta Zebes es un terreno hostil, peligroso, vivo, recóndito e incógnito, por lo que a falta de una narrativa capaz de atraparnos el mero entorno es el que hace de gancho para que no lo sueltes hasta que veas los créditos finales. ¿Cuántos juegos son capaces de hacer algo así? No es que los videojuegos gocen o puedan presumir de una narrativa excelente, pues más bien es lo contrario; pero cuando la jugabilidad se superpone sobre todo lo demás hasta el punto en que olvidas el resto de aspectos del título hay algo de genialidad en ese producto.
Imaginad un conjunto de imanes donde cada vez que acercamos uno al otro se pegan; acercamos otro y se pega. Otro más. Así sucesivamente hasta que está todo atado. Super Metroid tiene algo que te ata, pero es un juego sin ataduras, sino que es va todo hilado. Su dificultad no es endiablada, para qué engañarnos, pero tal como están las cosas ya no encontramos juegos así. Axiom Verge me encantó el año pasado en PlayStation 4 y aprovecho para recomendároslo encarecidamente. El problema que tiene Axiom Verge es haber jugado antes un título clásico de la saga Metroid, pues por mucho que lo intente la obra de Nintendo EAD con fecha de 1994 es demasiado grande para comparaciones.
Además, este título es un constante pulso para con el jugador, un intento constante de que te equivoques, que erres en tu cometido pero que lo sigas intentando. Es una alarma que no deja de sonar. Es un lunes a las 6 de la mañana que sabe a viernes a las 8 de la tarde.
Estoy seguro que, por mucho que me empeñe, por mucho que vuelva a completar Super Metroid sea en New Nintendo 3DS, en un emulador o en una Super Nintendo, nunca terminaré de entender la magnificencia de esta obra. Cuando leí El Principito por primera vez descubrí cosas muy distintas a la segunda; cuando terminé Super Metroid hace ya más de diez años fue algo radicalmente distinto a lo que es hoy.
No es ni más ni menos, solo es diferente. La aventura de Samus tiene ya 22 años y su altar sigue sin brillar lo suficiente. Yo me propongo a sacarle brillo, porque si tuviese que definir el concepto de heroína en el mundo del videojuego creo que ya tendría nombres y apellidos. Si todavía no has jugado esta obra, ya puedes ir añadiéndolo a tu lista de pendientes, Samus se lo ha ganado. ¿Dónde estás ahora, amiga? [90]
Dedicado al amigo Cory.