Me despierto sobresaltado, nervioso, turbado… Hay algo que me impide seguir disfrutando del merecido sueño reparador, del descanso de los justos. Mientras me incorporo lentamente en la cama evoco la grandeza de mi vida, de mis actos, del legado que dejaré cuando el Buen Dios decida acogerme entre su guardia de Arcángeles. Ensimismado en estos trascendentales pensamientos no reparo en la brillante luz que se filtra, de golpe, por debajo de la puerta de mis aposentos. Pocos segundos después, un elegantísimo y embriagador chirrido acompaña la apertura de la puerta, e, inmediatamente, la claridad baña con pasteloso mimo mi perfil griego. Casi puedo notar la alegría del haz al acariciarme mis pómulos…
-Nemesio, cariño mío, qué haces despierto a estas horas.
-No pasa nada, madre, estoy reflexionando sobre la orbitación terrestre.
-Ah… Bueno… No pienses mucho, ¿Vale?
Al contemplar como, mientras abandonaba la estancia, la mueca de preocupación de mi madre se transforma en una sonrisa de honda satisfacción, una reconfortante sensación de embriaguez se adueña de mí; Tal que no puedo menos que llevar un paso más allá los libidinosos pensamientos que me habían turbado durante el abrazo de morfeo. Cojo mi amada pipa, incansable y fiel compañera, y la relleno con tabaco de rosas turcas. Tras encenderla y disfrutar de la incomparable primera calada, procedo, con un elegante y acompasado movimiento, a desprenderme de mi pantalón de pijama de seda, acojo con cariño el mango del placer y, cerrando muy fuerte los ojos, intento evocar con todo lujo de detalles las pedazo de tetas de la azafata de la presentación de anoche. No hay nada como una paja a la luz de mi pipa…