El mejor juego que había jugado nunca. Esa era mi sensación mientras concluía God of War (Santa Monica Studio, 2018), una Obra Maestra conducida por Cory Barlow, capaz de reiniciar la franquicia de Kratos y elevarla a los altares de los Videojuegos.
Una experiencia épica
God of War es apoteósico. Conjugando un apartado técnico que rivaliza con su maravilloso arte y su épica banda sonora, consigue trasladar al jugador a un mundo mágico en el que la Mitología Nórdica se vuelve realidad.
Difícilmente volveré a vivir un shock equivalente a descubrir jugando a God of War en esta generación de consolas; esa sensación de jugar a algo mágico, hecho con ese mimo del que únicamente los grandes juegos pueden presumir, no es algo que uno pueda encontrar en un juego random.
Me pasó con Zelda A Link to the Past en SNES. Me pasó con Streets of Rage 2 en Megadrive. Me pasó con Ridge Racer en PSX. Me pasó con Soul Calibur en Dreamcast. Y me ha vuelto a pasar ahora con God of War para PS4. Menuda genialidad, PlayStation. Juegos así no ganan generaciones: las definen.