“Mientras el viento es fuerte, las olas golpean las rocas, y sin embargo solo tú puedes romperme”
Esta frase, traducida de manera libre por un servidor, es la frase que introduce cada partida de karuta, el deporte central de este peculiar y maravilloso spokom: Chihayafuru.
El corazón de los poemas
Chihayafuru, compuesta por 50 tomos recopilando los 247 capítulos que conforman el trabajo cumbre de Yuki Suestsugu, es una obra que, a grandes rasgos, podríamos etiquetar como un josei deportivo. Con una profundidad en su planteamiento que le permite mirar cara a cara a los más grandes mangas deportivos, como Slam Dunk, Haikyuu!! o Hajime no Ippo, y salir completamente ilesa pese a lo nicho que es el deporte del que trata: el uta-garuta en su modalidad chirashidori de competición, aunque generalmente se lo conoce simplemente como karuta.
Un deporte apasionante nada más leer un par de capítulos
¿Qué es el karuta? Durante el primer capítulo de Chihayafuru comienza la explicación de en qué consiste el juego, pero bien es cierto que no llegas a apreciar lo interesante que llega a ser hasta que no avanzas en la trama, así que yo mismo intentaré haceros una idea de en qué consiste: de manera simple, dos jugadores se enfrentan en un juego de reflejos y memorización de poemas clásicos japoneses donde, tras escoger de manera aleatoria 25 cartas cada persona de un mazo de 100, deberán colocarlos sobre el tatami de manera estratégica para, una vez comience el juego tras un periodo de memorización, tocar o arrastrar las cartas que se reciten antes que el rival, ya estén en tu formación o en la del contrincante.
Los cien poemas de los que consta el juego son los recogidos por la antología de poesía japonesa waka Ogura Hyakunin Ishuu, recopilada por el poeta Fujiwara no Teika. Estos poemas comprenden el periodo entre finales del siglo VII y principios del XIII, y se componen de cinco versos distribuidos en 5-7-5-7-7 sílabas. Durante el juego, los participantes deben identificar las cartas lo antes posible escuchando al lector, que recitará el poema en voz alta, y una vez la tengan tocarla o arrastrarla.
El manga, por tanto, se desarrolla a través de la protagonista, Chihaya Ayase, y su pasión por este juego, compartida por sus dos mejores amigos durante la primaria: Taichi Mashima y Arata Wataya. Pese a la juventud de los protagonistas, a los que vemos crecer desde los 10 años hasta los 18, es un manga donde las relaciones están tratadas con madurez y cuidado, usando el karuta como eje relacional entre todos los personajes, pero también mostrando las inquietudes de los adolescentes a los que acompañamos durante esta travesía.
La mejor del mundo
El sueño de Chihaya es ser la emperatriz del karuta, título otorgado a la mejor jugadora del país y que se obtiene mediante un clasificatorio este-oeste según la residencia de la protagonista, que al ser en Tokio corresponde al este. ¿Por qué es este su sueño? Porque Arata se marchó de la escuela durante primaria y, dado el amor que los tres amigos profesaban por el juego, mantenerse jugando era una manera de mantenerse juntos aunque estuvieran separados por la distancia. A la vez, podemos ver como durante la historia se suceden subtramas que acompañan a la principal, como el amor entre personajes y un triangulo amoroso entre los protagonistas (que no diremos como termina), las dudas sobre el futuro una vez termina la escuela, la sociedad japonesa actual y cómo mantener sus raíces como nación simbolizada en un juego de cartas. También hay enfermedades, obsesiones, soledad y, en definitiva, un tratamiento muy exhaustivo y realizado con un cariño por sus personajes que pocas veces he visto en un manga.
La autora se toma muy en serio a sus personajes, demostrando el saber hacer de la misma. Shinobu Wakamiya, la actual emperatriz cuando comienza el manga, se muestra como una estrafalaria joven, huraña y muy centrada en su juego; por el contrario, en Taichi podemos ver como, si bien disfruta con el karuta, para él al principio solo es un medio para estar junto a Chihaya. Otros personajes como Hishashi Suou, actual emperador, se muestran al principio distantes para terminar dando paso a un perfil psicológico muy complejo conforme se acerta a Taichi. El karuta aquí no solo se describe como como un deporte apasionante, sino que a través del juego, que actúa como catalizador, podemos ver el alma de los personajes que interactúan en el tatami. El karuta es, como ya he mencionado, el eje de la obra, aquello que permite a los actores descubrirse a si mismos y entenderse mucho mejor.
Personajes complejos de todos los espectros
A su vez, la naturalidad y la credibilidad de los personajes está en los pequeños detalles. He leído el suficiente manga como para saber que pocas veces se muestran mujeres tan fuertes como las escritas en Chihayafuru: Midori Sakurazawa es una exjugadora que decidió dedicar su vida a educar y mantener viva la pasión que el karuta despertó en ella cuando competía; su eterna rival, Haruka Inokuma, es una mujer casada, dedicada a sus hijos, pero no se queda ahí: antigua emperatriz retirada cuando dio a luz a sus hijos, decide volver a competir pese a los reparos que la gente pone ante “su edad”, pero eso a ella no le importa, ella quiere disfrutar y cuenta por suerte con el apoyo de su familia para poder seguir luchando por sus sueños. En una escena que me llamó la atención por la naturalidad con la que se trata (cosa que aplaudo), Inokuma se pone a dar de mamar a su hijo recién nacido. Un gesto simple, pero que para un medio como este es un clamor muy potente ante algo que muchas veces no se permite mostrar por “decencia”. Un aplauso en este caso a la autora.
A su vez, Suetsugu también es capaz de crear gente de la tercera edad que lucha por sus sueños. Las personas no somos una edad sin más, somos individuos, y en este caso el sensei de Chihaya y Taichi, Hideo Harada, es un médico que con sus casi 70 años sigue jugando al karuta y luchando por llegar a ser emperador. Tiene escenas memorables que, sin llegar a mencionarlas aquí para no chafar la obra, no puedo evitar recordar con un escalofrío ante la intensidad de las mismas.
Porque aunque Chihayafuru vaya sobre Chihaya, sobre como logró construir un club de karuta en su instituto con el que luchar por el título de mejor escuela junto con unos recién descubiertos amigos, también muestra unos personajes secundarios absolutamente increíbles. No importa si Chihaya pierda o gane, pues en el manga nos encontraremos con ambas situaciones: lo importante es la intensidad de la acción y la fuerte conexión psicológica que logramos con los personajes.
Una obra redentora y magnífica
Yuki Suetsugu logra aunar en Chihayafuru no solo un canto al karuta, a la tradición japonesa en espíritu mientras los tiempos cambian, a las juventudes que vienen y los testigos que recogen. Es también una oda a la humanidad y a los lazos que nos unen, a las individualidades que nos forman y a ser fieles a nosotros mismos luchando por lo que queremos. Además, la obra es una redención para una autora a la que, durante la publicación de su anterior manga, se acusó de plagio de Takehiko Inoue en algunas de las escenas de su manga sobre baloncesto Eden no Hana, algo que al final la propia autora confesó y provocó la cancelación de Silvers, la obra en la que estaba trabajando.
Tras dos años de pausa, la autora sacó Chihayafuru, la que se ha convertido en una de las mejores obras que me he leído, de las que me ha mantenido pegado a la pantalla del móvil pasando página tras página sin detenerme durante horas, incapaz de parar, incapaz de abandonar a mis querido nuevos amigos. Es, simplemente, magnífica, y no puedo sino desear que la editen en España, aunque se que es una obra muy específica con un trabajo de adaptación bastante duro.