Autor: wako
Me llamo Niko Belic. Voy a morir.
No hablo desde la certeza que da el saber que algún día moriremos. Me refiero a que voy a morir pronto. Hoy. Ésta noche.
Todo empezó con el hastío. Con el cansancio de pasarme la vida escondiéndome de todo. De los chivatos, de gente que me quería ver metido en un cajón con un metro de tierra cubriéndome, de los que buscaban venganza, y principalmente de la policía. La vida para mi ha sido complicada. He traficado, he matado y he secuestrado a gente, así que el día que recibí la carta de mi primo, emigrado hace años a Liberty City, fue como ver una pequeña luz al final de la ratonera. Era mi última oportunidad y tenía que aprovecharla.
En mi llegada, me sorprendió mucho lo familiar que me resultaba esa ciudad. Es como si a pesar de que era la primera vez que salía de mi país, hubiera estado allí antes, casi como si hubiera vivido aquí. Supongo que el haberme pasado parte de mi adolescencia viendo películas ambientadas en esa ciudad, contribuyó mucho a que reconociese esas calles. Pero esa no era la única peculiaridad. Era la ciudad más viva que puedo imaginar. Recuerdo el primer día, paseando por sus calles, haciendo tiempo hasta encontrarme con mi primo, me di cuenta de muchas cosas. Aquí era una persona anónima, más anónima de lo que lo he sido nunca. A pesar de que mi aspecto debía ser bastante desaliñado no noté que nadie me mirase. En mi caminar despistado, casi me di de bruces con un policía que hacía su patrulla. Instintivamente bajé la mirada, rezando porque no me reconociese. De inmediato me di cuenta de que era virtualmente imposible que lo hiciera y respiré aliviado. Y aunque el alivio no fue total hasta comprobar que el agente seguía tranquilo su camino, prácticamente se podría decir que disfrutando del paseo por las calles de la ciudad que protege. La sensación que me inundó es difícil de describir. Hacía mucho tiempo que no me sentía libre.
Y así fue durante los primeros meses, a pesar de descubrir que mi primo me engañó, la vida no le iba tan bien como parecía, el cambio mereció la pena.
Por unos pocos días fui verdaderamente libre.
Ensimismado en mis pensamientos miro mi reloj y compruebo nervioso que la hora se acerca. Hago un inventario mental, compruebo palpándome los bolsillos que llevo lo necesario, que no es mucho. Mi más fiel amiga, mi 9 milímetros que me ha salvado la vida más veces que el cuerpo de bomberos de Liberty City a un gato cualquiera.
Camino con paso sosegado hasta entrar en el local abandonado que habíamos acordado. A mis ojos les cuesta acostumbrarse a la penumbra. El sonido de unos zapatos caros golpeando el suelo me dice que mi cita ha llegado. Me giro bruscamente, veo en su cara que ya se ha dado cuenta de que uno de los dos no saldrá vivo de aquí hoy. Ya se ha dado cuenta de que le han engañado, y yo soy el recadero de la muerte. Es rápido, saca su pistola a la vez que yo, y en un mismo gesto apoyamos cada uno el cañon en la frente del otro. Siento el frío del acero en mi cabeza, acaricio el gatillo deseando ser más rápido que él. Mi corazón está más acelerado que las otras veces. Respiro hondo y cierro los ojos.
Boom.
Un ruido sordo, y después, la oscuridad se hace completa.