Seamos sinceros por un momento y reconozcámoslo: muchas veces, la nostalgia y las emociones nos ciegan. Es normal, al fin y al cabo, pues así es como funcionamos. Asimilamos experiencias que, si son agradables, cubrimos con un velo de misticismo evocador dentro de nuestra memoria. ¿Y que hay después? El éxtasis de recordarlo, ese momentáneo placer de saborear de nuevo esas sensaciones cuando vienen a nuestra cabeza. Puede ser un olor, una imagen, un sabor o, quizá, una melodía.
Hace apenas unos días que los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 hicieron su acto de apertura y mostraron al mundo una imagen de Japón que todos queremos ver. Moderna, tolerante, impactante y, sobre todo, cercana gracias a las proyecciones habituales que nos suelen llegar del país del sol naciente. Además, a lo largo de la hora larga que duró la ceremonia de entrada de los distintos países al estadio, ciertas melodías hicieron que nosotros, fans de los videojuegos de todo el globo, paráramos por un momento nuestras vidas para comprobar si era verdad esto que leíamos en redes sociales sobre lo que estaba sonando en televisión para miles de millones de espectadores. Y sí que lo era.
Kingdom Hearts, Final Fantasy, Sonic, Dragon Quest… Una docena de temas distintos pertenecientes a algunas de las sagas videojugables más reconocibles de la historia hicieron aparición mientras se producía la entrada de los miles de atletas de élite que durante las próximas dos semanas competirían para alzarse con la victoria en sus distintas disciplinas. Atletas franceses, italianos, chinos, argentinos… e israelíes, palestinos, argelinos, peruanos, cubanos, chilenos, húngaros, estadounidenses e incluso taiwaneses. Donde podríamos ver una armonización de las diferentes naciones del mundo unidos por el deporte, todo se queda en humo y espejos cuando nos damos cuenta de que, detrás de esa emoción, ese sentirnos incluidos y aceptados al ver nuestros recuerdos y sentimientos revalidados por el uso de música de videojuegos, se esconde la intención del gobierno japonés de desviar deliberadamente la atención de lo que está ocurriendo inmediatamente a las afueras del estadio: una manifestación en contra de la celebración de los juegos donde miles de personas se aglutinaron para protestar. O, en palabras del ex primer ministro de Japón Shinzo Abe, anti japoneses.
Y tienen motivos. El 21 de julio el ministro de financias japonés se tuvo que retractar de sus palabras donde, apenas cuatro años antes, apeló a que Hitler “tenía motivos para hacer lo que hizo”. Curioso que a él no lo hayan hecho renunciar cuando apenas un par de días antes tuvo que hacerlo el comediante y director de ceremonias de los Juegos Olímpicos Kentaro Kobayasi por haber realizado bromas sobre el holocausto… hace más de treinta años. Aparte de ello, tampoco se habla especialmente del hecho de que, en la imagen oficial del recorrido de la antorcha olímpica, las islas Dokdo aparezcan como territorio japonés presentando un doble rasero cuando el comité olímpico internacional le pidió explícitamente a Corea del Sur, país soberano de las islas que presentan un conflicto de intereses entre los dos países asiáticos, que no las mostrara en su imagen de los Juegos Olímpicos de PyeongChang para “no politizar el evento”.
Cool Japan es una estrategia utilizada por el gobierno japonés para influenciar en las sociedades extranjeras mediante la venta de un imaginario popular que presenta a Japón como un país exquisito, cuna de ideales y paisajes intachables, mediante el uso de su cultura pop más comercial. Anime, manga, videojuegos, tecnología… y también la forma de uso que poseen sus raíces más inmateriales como la religión y sus creencias y formas de vida. Todo está al servicio de vender el país al público. Por eso no puedo evitar preguntarme como en una sociedad como la nuestra, donde músicos como Jeremy Soule han sido cancelados para un gran porcentaje de jugadores debido a su acusación por violación (y ojo, me parece bien que se le cancele), tengamos a un compositor como Koichi Sugiyama sonando a todo volumen en la apertura de los juegos y ni siquiera así nos demos cuenta del problema.
El veteranísimo compositor de la saga Dragon Quest, que ha trabajado en todas y cada una de sus entregas y por lo que le recordamos cuando comenzó el evento, es a su vez un activista anti-LGTBI+ que condena de hecho a las parejas no-cis por ser la causa del bajo índice de natalidad del país, declarando que no es necesaria una educación de este tipo e incluso burlándose de este hecho. Sugiyama, con fuertes vínculos en el partido político que gobierna actualmente Japón, el Partido Liberal Democrático (más cercano a la ideología política de Vox de lo que os creéis), es además un miembro del “Comité de Hechos Históricos” que publicó en dos ocasiones, una en 2007 y otra cinco años más tarde, anuncios denunciando que las “mujeres de consuelo”, nombre por las que se conoce a las mujeres prisioneras de guerra que Japón tomaba para usar de prostitutas para sus soldados, son una mentira después de que la Camara de los Representantes de Estados Unidos, en su resolución 121, pidió al gobierno japonés que se disculpara por los hechos. Ah, y también es un negacionista de la masacre de Nanjing, un episodio bastante cruento de la Segunda Guerra Sino-japonesa, donde se estima que las tropas niponas acabaron con entre cincuenta mil y trescientas mil personas a lo largo de seis semanas de asesinatos y violaciones. Gran compositor, pésima persona, vamos.
Por eso, repito, reconozcámoslo: las emociones nos pueden, no podemos evitar pensar en Dragon Quest y olvidar los detalles menos amables del nonagenario compositor; escuchamos a Final Fantasy de fondo y los ruidos de los protestantes fuera del estadio en un país donde la pandemia no está ni siquiera cerca de estar controlada, con estadios vacíos y mucho dolor en las calles, hacen menos ruido; vemos como juegan al voleibol usando música de Haikyuu y nos dan ganas de apoyar al equipo que sea sin percibir como ya van más de setenta contagios desde que se iniciaron los juegos. Nos cegamos, pero no podemos permitirlo. Me encantan los Juegos Olímpicos pero si antes ya pecaban de ser un escenario de blanqueamiento de países donde parece que el mundo funcione como debería de hacerlo, en un ambiente de paz y prosperidad sin desigualdades, no es así. Estos juegos son un punto de inflexión más cargados de política por detrás que del interés real de las organizaciones en que los atletas muestren su potencial. Se criticó a Nintendo por el rumor de que no dejaran usar su música en la ceremonia de apertura para que no se la asociara con el Covid-19, pero empiezo a pensar que, viendo como solo un tercio de la población (o menos según las encuestas) apoyaba este evento, puedo entender el porqué. Al final, todo depende de cómo veamos el mundo, pero que no nos cieguen las luces y los sonidos, porque no merece la pena cuando estos ocultan toda una vorágine de caos detrás.