The Elder Scrolls es una saga que se ganó el corazón de los jugadores de rol ya hace muchos años. Personalmente la descubrí con Morrowind, el tercer episodio de la franquicia. En Morrowind la saga ya había adoptado el enfoque presente en Skyrim: un mundo gigantesco en el que se invita al jugador a explorar e investigar hasta que se aburra.
Y es que al aterrizar en Morrowind, Oblivion o Skyrim es inevitable estar invadidos por esa inquietud por experimentar y tocarlo todo que muchos pierden cuando dejan de ser niños para nunca más volver a recuperar. Una vez saciada la curiosidad será el momento en el que el aventurero, quizá, se sienta entonces motivado por embarcarse en la Historia Principal, para luego volver, irremediablemente, a perderse en un mundo infinito. Y a disfrutar cada instante de la desorientación más maravillosa del mundo.
Skyrim continúa por el camino de Morrowind y Oblivion recuperando su fórmula y centrando todos sus esfuerzos en mejorar cada apartado en vez de crear algo nuevo. El resultado les ha dado la razón. Gráficamente el nivel general se sacrifica por el gusto por el detalle, pues en cada esquina hay algo con lo que uno podría quedarse babeando; y poder afirmar eso teniendo en cuenta las insanas dimensiones del juego es decir mucho. Los combates, aún teniendo mucho margen de mejora, se han depurado infinitamente, si se compara con lo visto en los Morrowind y Oblivion.
Pero sin duda el apartado que más se ha cuidado ha sido el sonoro. Tanto los FX como la música tienen un nivel alucinante, pero la Banda Sonora, que parece extraida de una cinta del calibre de El Señor De Los Anillos, es absolutamente maravillosa, posiblemente la mejor de la Historia de los Videojuegos. Hay que destacar que Skyrim está localizado al castellano, tanto las voces – con uno de los mejores doblajes que recuerdo, aunque haya significado renunciar a la brutal voz de Christopher Plummer – como los textos. Lo único que sigue en inglés son los carteles de los comercios, pueblos, etc. que atiborran el mundo de Skyrim.
Un mundo que está repleto de secretos por descubrir, NPCs por conocer, tesoros por encontrar… A nivel de calidad de eventos aleatorios que te pueden suceder mientras exploras no se puede comparar con Red Dead Redemption, otra Obra de Arte, pero aquí, en el inmenso mapeado, hay cientos de localizaciones a visitar, a interactuar… y a saquear. Porque saquear es, posiblemente, una de las cosas que más me gusta hacer en Skyrim. Entrar en una de las ¿Infinitas? mazmorras que hay en el juego, revisar cada estantería, cada baúl, cada cuerpo de enemigo abatido en la busca y captura de un arma más potente que las que ya tenemos; de una armadura más resistente, de un pergamino que nos permita conocer un hechizo más poderoso…
No me atrevo a calcular cuántas horas de diversión puede acabar ofreciendo este juego, pero te puedo decir que estas casi dependen más de ti que del juego de Bethesda. Porque el abanico de posibilidades es inmenso y cada una de esas posibilidades se ramifica de tal forma que habrá momentos que pongas la pausa, compruebes el listado de misiones secundarias y te des cuenta de la dimensión de la tragedia. En Skyrim puedes hacer casi cualquier cosa que te pase por la cabeza, no tendrás más ataduras que las que tu moral como jugador y tu vida real te reclamen. Tú pones el límite.
The Elder Scrolls Skyrim no cuenta con el mejor apartado técnico jamás visto en una consola. Tampoco tiene un multijugador inolvidable. A su argumento, seguramente, se le podrían poner pegas. Pero su ambientación y sus infinitas posibilidades jugables lo convierten en un videojuego épico, inigualable. Inolvidable. En un futuro, cuando Bethesda se atreva a lanzar Tamriel, con un personaje que tenga hambre, que tenga que dormir, que vaya adquiriendo cicatrices, que envejezca; con el continente entero de The Elder Scrolls a nuestro alcance, con personajes que sientan, que envidien, que odien, que vivan. Quizá entonces vuelva a experimentar la misma sensación de asombro, de ahogo, de adicción infinita, de haber abierto la Caja de Pandora. Esas sensaciones que Skyrim y sólo Skyrim me despierta cada vez que me enfrento a él. Mientras, hasta ese momento que quizá no llegue nunca, la Tierra de los Dragones seguirá siendo la dueña absoluta de mi vida como jugador. [10]
Más amor a Skyrim en la doble página de @akihabarablues en el próximo @marcaplayer