Aunque ahora vivo de la Informática, he de reconocer que no tuve un ordenador personal hasta 1991, cuando acababa de cumplir 14 añitos. Durante mucho tiempo miraba con cierta envidia sana (y a veces insana) a amigos y compañeros de escuela que aporreaban las teclas de sus Spectrum y sus CPC 464 jugando al Ole toro y al R-Type.
Decían: «Oye, vamos a casa de Mengano a hacer el trabajo de Lengua, que tiene un Spectrum y así jugamos después de hacer los deberes«. Esa era la razón por la que nunca íbamos a mi casa a hacer trabajos del colegio (la menos hasta que probaron los sándwiches de mi padre, pero esa es otra historia).
Mi único contacto con los ordenadores antes de aquel año fue a través de los XTs del escaparate del «Ivarte» de mi barrio y del Spectrum de mi amigo Javi: tardes interminables de Sábado cargando cintas, merendando, para luego jugar 10 minutos al R-Type antes de irme a casa. Aquello no duró mucho, ya que mi amigo Javi se hizo enseguida con otro ordenador, uno del que yo nunca había oído hablar: Un Amiga 500.
Esa nueva máquina iba con diskettes de 3-1/2, pero no era un PC compatible, y sin embargo tenia el aspecto de un Spectrum pero más grande. Había que conectarlo a la tele y usarlo con un ratón (¿?). La primera vez que lo vi encendido, un mundo nuevo se abrió ante mis ojos, el futuro estaba ahí mismo.
Un Sistema operativo multitarea (Workbench) contenido en un diskette de 880 KB. Un entorno gráfico en el que cada fichero, cada programa, tenía un icono que lo identificaba. Y los juegos… Madre mía… LOS JUEGOS. Qué colores, qué scroll, qué sonido. Sonido con mayúsculas. El Amiga conectado a la mini cadena era gloria bendita.
Lo mejor del Amiga era que no solo te limitabas a jugar. Pasábamos horas haciendo tonterías con el digitalizador de sonido (el DSS8 si no recuerdo mal), viendo demos como «State of the art» de Spaceballs, probando a hacer cosas con el «Deluxe paint» o enseñando a «Alan 1» a decir guarrerias. Era, en definitiva, el ordenador más completo que uno pudiese imaginar.
Pasado un tiempo, mi padre me compro mi primer PC, pese a mi insistencia para que comprara un Amiga (la fama de ordenador para juegos poco serio fue determinante para mi padre). Aín recuerdo lo primero que pensé cuando lo encendí por primera vez y ví el Prompt de MS-DOS 5.0 : «¿¡Pero qué mierda es esta, donde están los iconos y los gráficos!?» Por eso todos los Sábados por la tarde, cuando quedaba con mi amigo Javi, acabábamos mas veces en su casa que en la mía. El PC no era rival aún habiéndolo comprado 1 año más tarde. En defensa de mi querido 80286, he de decir que me hizo un servicio excelente y que aun hoy, sigue funcionando en casa de mis padres como el primer día. El pobre fue exprimido al máximo, gracias, en parte, a mi obsesión por conseguir acercarlo lo más posible a un Amiga.
Tras el Amiga 500, mi amiguete evolucionó al Amiga 600, y más tarde al Amiga 1200. Tras esto, todos sabemos lo que pasó: Commodore no supo qué hacer con su producto, y tras ella, un baile eterno de compañías que iban a hacerse cargo de resucitar el Amiga pero que nunca terminaban de arrancar. Después, miles de personas, como mi amigo Javi, traumatizados de por vida porque el que debía haber sido el gran ordenador de nuestro tiempo y vencedor de la batalla de los ordenadores personales, caía en la más absoluta obsolescencia (que no olvido).
De ese cariño por la plataforma, que aún dura hoy día, nacen proyectos como el Minimig, que implementa todo un Amiga 500 en una placa FPGA, para disfrute de retro-frikis como yo (joder, tengo que conseguir uno…)
Yo, por mi parte, nunca he podido quitarme la espina de no haber tenido un Amiga 500. Solo la emulación me hace olvidar un poco aquel escozor, aunque jamás olvidaré como el futuro de la informática se paseó entre nosotros con el aspecto de una mano blanca sujetando un diskette azul.
Va por ti, Javi.