Hoy he tenido un día estupendo, desde que me he levantado. No sé por qué, antes de irme a la universidad me apetecía abrir el cajón donde mi síndrome de Diógenes cobra vida tengo la mayor parte de cajas de mis consolas portátiles desde que era pequeño.
Allí se encuentran las de Game Boy Color Amarilla, pasando por la Game&Watch edición Zelda, PSP Slim, GBA SP… y así hasta hoy. He decidido coger una y abrirla. Llevaba mucho tiempo sin verle las tripas al contenedor de mi GBC, por lo que no me lo pensé dos veces.
Plásticos, manuales y folletos publicitarios, todo en un estado de conservación bastante bueno. Sigo sin comprender cómo se ha podido mantener así con el paso del tiempo, aunque la verdad es que suelo cuidar bastante este tipo de cosas. Tras dar un breve repaso al contenido del folleto promocional de Wario Land y Super Mario Land 2: Six Golden Coins, he dicho: “¿Y si me pongo a escribir las sensaciones que me transmite abrir una consola por primera vez? Seguro que muchos sabrán a qué me refiero”. Sin más, os invito a que conozcáis un poco qué supone para mí la llegada de una nueva consola a casa.
Solo el hecho de pensar o de recordar aquellos instantes en que abres las pestañas de cartón del sistema que tengas entre tus manos me hace esbozar una sonrisa, por no hablar de los recuerdos de ese día en concreto, los cuales en mi caso suelen ser en alguna festividad, lo que lleva consigo momentos con tu familia o amigos. Son detalles que no pueden olvidarse. Recuerdo como si fuese ayer mismo ese 25 de diciembre del año 2000, día en que recibí la ya nombrada GBC Amarilla, con Pokémon Pinball.
Al tiempo se sumarían SML2, Link’s Awakening DX, Oracle of Seasons, Pokémon Rojo, Donkey Kong Country… Desgraciadamente no consigo desempolvar en mi memoria el instante en que abrí la consola, tan solo el lugar donde desenvolví la máquina. En el caso de Nintendo 64 la cosa cambia. Recuerdo que saqué el contenido de la caja boca abajo, pero aun así no cayó nada al suelo, hasta que comencé a darle la vuelta al paquete, cuando ese enorme mando gris cayó sobre la alfombra del salón de casa. Quité el plástico y lo agarré fuertemente con mis manos mientras quedaba atónito, mirándolo fijamente durante unos segundos. Estoy seguro de que ese momento me consagró como gamer hasta el día de hoy, no me cabe duda. Es la mayor sensación de tener el control sobre tus manos que haya sentido jamás.
Cómo no recordar, años más tarde, cuando recibí mi Game Boy Advance SP de versión negra con Mario Kart: Super Circuit. Tras abrir un par de regalos solo quedaba uno: se trataba deuna bolsa gris con el logo de H&M que apuntaba seriamente a ser el nuevo jersey de lana de cuello alto que todos los años recibía y que nunca quería ponerme, porque picaba. El problema no era solamente ése, ya que por mucho que mirase en el salón, no quedaba nada más, lo cual quería decir que ¡Me había quedado sin la Game Boy Advance SP que tanto tiempo llevaba pidiendo!
¡Qué despistado este Papá Noël!, Debí decirme. Miraba a mi madre como si hubiese perdido el partido más importante del colegio, como si mis notas estuviesen repletas de insuficientes. Me dispuse pues, con cierto afligimiento, a abrir el jersey de lana hasta que, increíblemente, tras ese logo de H&M se encontraban dos pequeñas cajas. Un halo de luz se avistaba bajo esa oscura bolsa gris: mi GBA SP estaba ahí. Fue entonces cuando dije adiós a las pilas AA y aprendí a hacer un uso adecuado del enchufe de mi cuarto, aquel lugar de la pared donde poníamos el anti-mosquitos por la noche.
Qué momento, amigos, cuando abrí la caja, saqué la consola y la cogí por primera vez. Tan solo la había visto en las vitrinas de los centros comerciales, era un amor a primera vista. Tras olerla, la encendí. ¡Tenía luz! Se acabó volver a jugar en la terraza para encontrar claridad. Sigo pensando que el diseño de GBA SP es precioso, muy fácil de llevar y su batería se comportaba como ninguna. Atónito fui descubriendo series como Golden Sun, FF Tactics, Advance Wars, Fire Emblem, Mario vs Donkey Kong, Minish Cup, Mario Golf y Tennis…
Un año más tarde recibimos una PS2, primer y único acercamiento de mi hermana mayor a una videoconsola. Probablemente gracias a ella tengamos hoy ese gran sistema porque, como a muchos nos habrán dicho: “Esta es la última maquinita que entra en casa”. Me pregunto cuándo ocurrirá eso de verdad… En este caso, no fui yo el que viese nacer a la pesada y robusta PS2, sino que me encargué de desprecintar los juegos… y qué juegos. En esos momentos no era consciente de lo que acababa de recibir. Sigo sin entender cómo nos regalaron esa obra, ya que su distribución fue muy corta, no se había hablado mucho de él en los medios a los que teníamos acceso y ni siquiera lo conocíamos. Además, fue el inicio de una de mis compañías preferidas. Sin saberlo, tenía sobre mis rodillas el primer título de Level 5: Dark Cloud.
Si os digo que estuve un mes dando vueltas por el pequeño pueblo que poco a poco iba cobrando forma, me quedaría corto. Qué sensación de libertad, qué bien se manejaba con dos sticks… Todo era maravilloso, fue la sensación más cercana a Ocarina of Time que haya sentido nunca. Sigo sintiendo un cosquilleo por mi cuerpo cada vez que escucho la melodía principal del título; es una sensación que no puedo describir, ese juego es especial. Desafortunadamente no conservo el manual de Dark Cloud, aunque sí su carátula y su disco. El protagonista principal, Toan, es el motivo de mi pseudónimo, Tenzin, quizás por su ligera semejanza escrita. Puede que Toan sea uno de los personajes con los que más afinidad sienta todavía hoy, seguramente por ser el primer JRPG que completé de principio a fin, iniciándose así mi afición acérrima a los juegos de rol orientales.
El segundo título con el que estrenamos Play Station 2 fue el magnífico Klonoa’s 2: Lunatea’s Veil. Visualmente me enamoró. Recuerdo que siempre que podía cargaba una partida que estaba justo en un nivel donde debíamos patinar por el agua cual juego de skate. Me sigue divirtiendo muchísimo esa fase. Esta entrega, desarrollada por Namco, era muy muy sencilla a la vez que arcade, pero me hipnotizaba. Para remate, poco después nos regalaron en casa de mi abuela Spiderman y Ratchet & Clank. Prefiero no hablar de estos dos porque podríamos estar aquí horas y horas. Solo puedo decir que el pobre Ratchet & Clank casi no llega a casa, puesto que las garras de la gata de mi abuela no estaban por la labor de permitir que la carátula del Ratchet&Clank brillase con tal primor. Fue mi hermana la que intervino y lo rescató como si de una pesca se tratase. Menos mal.
Vamos ahora a dar un salto hasta el 4 de agosto de 2008, el día en que compré mi primera consola con mi dinero. Fueron muchas pagas ahorradas, aproximadamente dos años. No fue hasta ese verano de 2008 cuando la cifra del catálogo de GAME era idéntica al número de euros que mi hucha llevaba consigo. Qué convicción llevaba ese día junto a mi padre, recuerdo ir siempre un paso por delante al aproximarnos a la tienda. Fui yo mismo el que animó al dependiente a que sacase del almacén aquello que tanto deseaba: PSP Slim. Siendo consciente de que esta portátil debía cuidarla más que ninguna porque era la última maquinita que iba a entrar en casa. Adquirí junto a ella unos protectores de pantalla y una minimalista funda con protectores para los UMD. Tras dos intentos fallidos para poner adecuadamente el protector, solo quedaba una oportunidad. Tenía que quedar perfecto: sin burbujas, sin pelusas, sin nada. No debió ir mal el tercer intento porque a día de hoy no he tenido que quitarlo. Fue en la cocina de casa donde, junto a mi padre, arrancamos por primera vez la PSP.
La diferencia de tamaño de su pantalla con respecto a la de Nintendo DS era enorme, y se veía de lujo. El primer susto vino cuando introdujimos el UMD de Daxter y aquello comenzó a sonar como un VHS. Mi padre me la arrebató rápidamente hasta que, tras una breve carga, comenzaron a aparecer los diferentes logos del título. Desde entonces, cada uno de los dispositivos portátiles que he ido adquiriendo han contado con su respectivo protector de pantalla, fundas y mucho amparo. Es algo de lo que no me arrepiento en absoluto, pues a día de hoy se conservan todos y cada uno de ellos como el primer día, produciéndome un gusto increíble.
Para terminar, hablaré de la última consola que he adquirido, WiiU. Recuerdo que tenía un examen de final de trimestre muy importante de filosofía. Según Amazon la sucesora de mi Wii debía llegar a casa ese día y no otro. Durante el camino a clase recibí un correo confirmándolo, por tanto llegué a clase muy contento, demasiado teniendo en cuenta las caras con las que solíamos entrar al instituto a primera hora un día de examen. Una vez llegadas las dos de la tarde era el momento de volver a casa y rezar porque el repartidor no hubiese llegado todavía, porque si no se habría tenido que dar la vuelta al no haber nadie en casa. Pocos minutos después comenzó a sonar mi teléfono: eran ellos. O llegaba en diez minutos o se iban para volver a intentarlo al día siguiente. Podéis imaginar cómo corrí, ¿verdad? Todo salió bien, afortunadamente.
Con el paquete sobre mis brazos tomé el ascensor para llegar a casa. Esa imagen no podré borrarla de mi memoria nunca. El espejo del ascensor no reflejaba a un universitario en potencia, sino que mostraba un niño con zapatos nuevos, a ese niño que quedó atónito -como tantos otros- al coger el mando de una Nintendo 64. El paquete contenía lo que esperaba, y el examen había salido perfecto. Dos semanas después, debuté en AKB, algo que me trae también recuerdos perennes. Ahora no solo jugaría sino que escribiría hablando de mis juegos, las dos cosas que más me gusta hacer.
Ésta consola causó en mí el mismo placer que la primera, y espero y deseo que así siga siendo durante mucho tiempo. Ello significará que sigo teniendo la suerte de poder adquirir esos cacharros que tan buenos momentos me hacen pasar. Todas serán siempre “la última maquinita”.