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Ha desaparecido la llama del guerrero — adiós a Tomonobu Itagaki

Tomonobu Itagaki ha muerto a los 58 años. Y aunque su figura llevaba años fuera del primer plano, su nombre seguía siendo sinónimo de esa energía irrepetible de los noventa y los dos mil, cuando los videojuegos japoneses todavía olían a tabaco, a estudio pequeño y a desafío personal.

El creador, en un mensaje póstumo, anunció él mismo, a su manera: “La llama de mi vida está por extinguirse… si este texto ha sido publicado, es que ya no estoy en este mundo”. Frase final de un artista que nunca supo vivir a medias, ni pedir permiso para ser quien era. Es más, parecía alimentarse de la polémica.

Su legado no es una mera lista de títulos, sino una actitud. Dead or Alive y Ninja Gaiden no solo eran franquicias: eran declaraciones de principios que no dejaban indiferente. Juegos que no te trataban como cliente, sino como discípulo. Itagaki creía en el esfuerzo, en el control total, en esa mezcla de precisión y furia que convertía un mando en un arma. En una época donde todo es políticamente correcto, en la que impera el quedar bien y no romper platos, sus obras siguen siendo un recordatorio de lo que significa diseñar con convicción, sin miedo al exceso.

Cuando dejó Tecmo, lo hizo como salen los que saben que su fuego no cabe en una oficina. Fundó Valhalla Game Studios, persiguió su propia quimera con Devil’s Third, y aunque el resultado fue caótico, el gesto fue puro Itagaki: desafiante, imperfecto, humano. Él jugaba en otra liga, una en la que la pasión valía más que la reputación. Prefería caer con su visión antes que triunfar apostando a lo seguro. Y eso hizo que los focos se acabaran olvidando de él.

Con los años, la Industria cambió a otra cosa menos romántica y más centrada en la pela, y él quedó fuera del foco. Fundó Itagaki Games, habló de blockchain, y siguió apareciendo en fotos con sus gafas oscuras, ese uniforme de rockstar que no necesitaba actualizar. Pero lo cierto es que su forma de entender el videojuego —como combate, como arte personal— quedó en extinción. Hoy dominan los directivos trajeados, las métricas, la prudencia. Lo suyo era otra cosa: el riesgo.

Itagaki no fue un santo, ni un símbolo de perfección. Fue un tipo con sombras, contradicciones y una determinación a prueba de montañas. Se va un samurái del diseño, alguien que no hacía productos, sino desafíos. Y aunque su llama se haya apagado, su fuego sigue vivo en cada jugador que entiende que perder también forma parte del juego. Porque eso era Itagaki: un creador que te obligaba a respetar el dolor de intentarlo. Descanse en paz.

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