Recuerdo las partidas con mi primo Juan en casa, esas veladas que empezaban después de comer y acababan en medio de la madrugada. Unas Master Leagues jugadas a dobles en las que una colección de improbables astros se turnaba, sobre todo, en nuestra delantera.
Alineaciones de ensueño
La media de goles era inverosímil, únicamente probable en un equipo en el que jugaran a la vez Messi, Cristiano y Pelé, cada uno con su propio balón, claro está. Ni yo ni mi primo conocíamos a la mitad de jugadores que fichábamos, nos limitábamos a recorrer los listados de jugadores transferibles buscando estadísticas imposibles, como la media de velocidad de Haruna Babangida, Dios del ISS. Y ese fue el caso de la leyenda chilena Marcelo Salas, que ni nos sonaba, pero que, al menos en su versión virtual, parecía haber firmado un pacto con el diablo: no había un balón aéreo que no consiguiera rematar.
Su altura – 175 cms – no parecía demasiado impresionante, pero en cuanto lo alineabas de delantero centro y colgabas balones al área, picaditos con la magia del Triángulo+L1, Marcelo, «el Matador», no perdonaba una. Cuando impactaba con su cabeza en la pelota, muchas veces sin ni siquiera necesitar saltar, sabías que iba a llevar todo el peligro del mundo, especialmente cuando las picaba contra el suelo, buscando el rebote del balón. Un auténtico killer del área, que a pesar de no contar con la velocidad de Babandiós, se convirtió en uno de nuestros jugadores preferidos.
La travesía del desierto
Tras una generación entera – PS3 – en la que los ISS/Pro Evolution se transformaron en algo totalmente irreconocible, llegó PES 2019, la segunda entrega que retomaba toda la jugabilidad de los juegos clásicos. Y allí, gracias a la posibilidad de fichar a los jugadores desbloqueados en el modo MyClub – el equivalente al FIFA Ultimate Team -, me volví a dar de bruces con Marcelo Salas. Un reencuentro espiritual, por las emociones que sentí.
Joder, es que ahí estaba El Matador, el puto amo del remate de cabeza, uno de los mejores jugadores que había controlado durante la etapa más gloriosa de ISS Pro, y lo podía fichar en PES 2019, cuando Konami había enderezado el rumbo y tenía una fórmula jugable a la altura de la saga. Me faltó tiempo para ficharlo en la Master League – yo siempre he sido más de offline – y de darle los galones de delantero centro. Quizá Suárez no me lo perdonó, aunque he de decir que yo soy bastante de rotar a los cracks, siempre mirando su Estado Físico y su Motivación.
La cuestión es que, claro, el Meta del juego ha cambiado bastante en estos años, y Marcelo lo tenía más jodido para quedarse solo y rematar como el que se toma un cortado en el sofá de su casa. Entonces descubrí su zurda, una zurda mágica que, menudo cabronazo, no perdonaba una. Parecía el gemelo perdido de Messi. Cómo remataba con el interior, cómo la picaba ante la salida del portero.
De qué planeta viniste
No tardó en convertirse en el mejor jugador de mi Barça – perdóname, Leo -, y eso que por ahí tenía a dos cuchillas en mis extremos, con un Dembélé buffado que nada tiene que ver con el del Barça y un tal Mbappé que imagino que compartía los bits de Adriano del PES 6, por lo intratable en carrera. Marcelo se hizo con el Pichichi en un Barcelona que ganó el Triplete – y porque no había más títulos en juego. Pero el mejor título fue el individual que, sinceramente, no me había parado a considerar que le pudiera tocar. La Master League le otorgó el Balón de Oro al Matador esa temporada, y fue un momento místico.
Ese Balón de Oro fue merecidísimo, pero no solo por esa temporada en la Master League de PES 2019, sino también por todos esos carros de goles que había marcado en el ISS Pro en esas ligas a medias con mi primo Juan. 20 años más tarde, Marcelo segúia siendo el Matador y se consagraba como el más grande, al menos en la pantalla de mi Play, compartiendo, quizá, honores con otro de mis jugadores mitificados, aunque en este caso era canterano: Hoekstra, el General de la Banda.