Farpoint (2017, Impulse Gear) es el último juego de PlayStation VR y fácilmente el mejor en mi ránking particular (aquí mis primeras impresiones). Asumiendo las limitaciones actuales de la tecnología y exprimiendo todas las posibilidades del periférico Aim Controller, una auténtica virguería, Farpoint es una experiencia, me vas a permitir, histórica.
Inmersión máxima
Pero hay algo que no por ser inherente a la Realidad Virtual no hay que dejar de aplaudir de pie y vestidos de smoking. Estoy hablando de una capacidad de inmersión estratosférica que constituye, a mi entender, un paso adelante en los Videojuegos. Y es que Farpoint se adentra en un terreno inexplorado hasta la fecha, al menos en consolas.
Todo lo resumo en una situación: un bicho gigantesco se dirige hacia mi a toda velocidad. Y yo no estoy pensando en ganar puntos, pasarme la fase o hacer una buena jugada. Simplemente estoy pensando en no morir. Y no me refiero al personaje del juego. Por muy loco que suene, hablo de mi mismo. Esta vez es personal. No hay un personaje al que caractericemos, yo soy el protagonista. Seguramente influya que mis sesiones de juego son de madrugada, sin ninguna compañía más que las puntuales charlas que mantengo por Twitter para compartir la experiencia. Y eso suma mucho.
La VR es Next-Gen
Y es que, aunque suene a topicazo, a mal anuncio de Videojuegos (como el infame de Red Steel), es lo que siento cuando juego a Farpoint. La Realidad Virtual tiene muchas limitaciones que superar, pero el Premio Gordo ya está aquí: una Inmersión que te hace evocar de lo que habla Ernest Cline en Ready Player One (2011).