Hace poco conocíamos que en Estados Unidos no estaban contentos con Kickstarter. Motivo: una campaña exitosa y financiada completamente traspasando el objetivo inicial, no enviaba a sus backers la recompensa prometida porque se les había acabado el dinero. Washington ha tomado cartas en el asunto lanzando un mensaje claro a los proyectos: no tolerarán timos ni robos a través del servicio.
Ya habíamos visto casos como estos anteriormente, drásticos -con cancelación del proyecto mediante- y no tan drásticos -a Tim Schafer se le acabó el dinero para Broken Age y tuvo que dividirlo en dos partes- pero es la primera vez que un órgano público sale en defensa del consumidor y de mayores garantías -aprende, Gobierno de España y note la diferencia-.
Por mucho que queramos, los particulares, usuarios principales del crowdfunding, no somos inversores en el sentido estricto de la palabra. Ni algunas veces se poseen los conocimientos necesarios ni se tienen en cuenta los riesgos que conlleva una inversión de estas características. Para suplir estas carencias de los particulares, existen los bancos y todo el entramado económico-financiero de garantías y leyes construido alrededor de ellos. Pero lo que diferencia este tipo de financiación a través de banco mediante la circulación del dinero de los particulares y el crowdfunding son las garantías. La confrontación entre un sistema regulado y rodeado de protecciones ante el fraude frente a un ámbito desregulado, territorio virgen para legislaciones que todavía están por llegar –no mediante limitación de cantidades-.
Si Kickstarter y los demás portales de financiación quieren consolidarse como un método de financiación realmente válido para todas las partes involucradas, deben existir mayores garantías relativas a aquellos que piden la financiación. Sé que hay muchos proyectos que llegan a buen puerto -gracias al cielo, la mayoría-, pero también hay muchos otros, convenientemente silenciados, que o no llegan o no cumplen con las promesas.
Nosotros, como crowdfunders también tenemos cierta responsabilidad. Tenemos que empezar a pensar que estos proyectos que llegan al crowdfunding o lo han hecho por la facilidad y la publicidad generada por todo tipo de medios, o han pasado por todo tipo de organismos, fondos de inversión o business angels que no han visto en el proyecto las suficientes garantías como para invertir una cantidad de dinero importante -posiblemente, muy superior a la que se conseguiría en el crowdfunding y sin tanta zozobra-. Mención aparte -e increíble- que empresas consolidadas en el sector como Obsidian Entertainment o Double Fine tengan la cara de hacer crowdfundings y consigan las montañas de dinero, dejando a proyectos mucho más pequeños -y posiblemente más innovadores- con las migajas de su éxito aunque tengan mucho más riesgo implícito que los proyectos grandes.
Quiero remarcar que esto no es una crítica total al sistema del crowdfunding. Es un método muy válido para financiar proyectos que de otra forma, nunca saldrían a la luz. Más bien, es una crítica a sus usuarios. No nos podemos dejar llevar por las promesas vacías y tres artworks -¿cómo es posible que el Kickstarter de Outcast Reboot HD consiguiera 255.000$ de 600.000$ habiendo presentado un par de modelos no terminados y un escenario?-. Aparte de que debemos ser responsables con nuestro dinero e invertirlo con más cabeza en proyecto que realmente lo necesiten y lo demuestren, debemos empezar a pedir mayores garantías a aquellos que demandan nuestro dinero. Como un banco, podemos demandar por el impago de los prestamos que realicemos. ¿Por qué no podemos demandar nosotros nuestra parte en los proyectos que hemos financiado y que no hubieran sido posibles sin nuestra aportación?
Cabeza, señores, cabeza. No somos bussiness angels ni inversores profesionales y Kickstarter no es para particulares irresponsables.