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La burbuja invisible de la Industria del Videojuego

hi-fi rush

Durante años, la Industria del Videojuego vendió la ilusión de crecimiento infinito. Más estudios, más jugadores, más suscripciones, más contenido… Y, sin embargo, desde hace meses estamos viendo el reverso del espejismo: miles de despidos, incluso en compañías que baten récords de beneficios.

Cuando todos jugamos, pero casi nadie gana

Unity, Epic, Microsoft, Bungie… la lista crece cada semana como un hilo de terror corporativo en Twitter. Lo que era un sueño se ha convertido en un ciclo de euforia y purga.

El exceso de todo

Hay más videojuegos que nunca, pero menos espacio para vivir de ellos. Las plataformas de suscripción como Game Pass han democratizado el acceso al catálogo, sí, pero también han cambiado las reglas del valor percibido. En un mundo donde todo está incluido, nada parece imprescindible. La oferta inagotable termina erosionando la emoción original del juego: todo está al alcance, pero nada sorprende.

El resultado: jugadores saturados, estudios agotados y proyectos que duran menos que un hype en TikTok. Lo que antes era el lanzamiento del año hoy se diluye en el flujo constante de “day one on Game Pass”. La abundancia se volvió ruido.

La paradoja de Hi-Fi Rush

Pocas imágenes resumen mejor el sinsentido actual que el cierre de Tango Gameworks, el estudio japonés responsable de Hi-Fi Rush. Un título que fue celebrado como ejemplo de creatividad, ritmo y buen diseño; que ganó premios, que arrasó en críticas y se convirtió en un éxito inesperado dentro del ecosistema de Microsoft. Y aun así, fue sacrificado.

Cuando una compañía que presume de récords de ingresos despide al equipo que acaba de firmar una de las sorpresas más frescas y queridas de la generación, el problema no es de talento. Es estructural. Es el reflejo de una industria que mide el valor de una obra no por su impacto cultural, sino por su encaje contable. La paradoja es brutal: el triunfo creativo se convierte en irrelevante si no mueve métricas.

Los veteranos también caen

Resulta paradójico ver cómo incluso los estudios fundados por veteranos —gente que levantó sagas, motores y estudios desde cero— están luchando por sobrevivir. Algunos fundan nuevos equipos con la esperanza de escapar de la maquinaria AAA, pero la independencia no garantiza refugio. La visibilidad cuesta dinero, y el dinero está en manos de las mismas plataformas que devoran el mercado. El talento no falta. Falta un modelo sostenible.

El espejismo del éxito

A menudo confundimos innovación con volumen. Cada feria, cada State of Play, cada Summer Game Fest promete “una nueva ola de experiencias”, pero detrás del brillo hay equipos exhaustos, sueldos congelados y miedo a ser los próximos en el recorte trimestral. La creatividad florece, sí, pero sobre un suelo inestable.

En los foros y grupos de desarrolladores abundan los mismos mensajes: “busco trabajo”. Miles de nombres con currículums brillantes compitiendo por unas pocas plazas, mientras los inversores hablan de “optimizar costes”. Y es que la palabra optimizar, en los últimos tiempos, suena demasiado a despedir. Una industria madura que no sabe envejecer

Quizá el videojuego está viviendo lo que vivieron el cine y la música: el colapso del viejo modelo ante la sobreproducción. Pero mientras Hollywood aprendió a equilibrar taquillazos con autoría, el videojuego sigue atrapado entre el free-to-play y el premium, entre el deseo de ser arte y la obligación de ser rentable. No hay tiempo para respirar. Ni para fallar. Ni para hacer juegos pequeños sin que te miren como si estuvieras desperdiciando talento.

El fin del ciclo —o el principio

Puede que todo esto no sea el final, sino un reajuste, una burbuja que explota para volver a inflarse. Una pausa antes de que el mercado encuentre su tamaño real. Quizá los nuevos estudios —los que nacen del dolor de los despidos— traigan consigo una ética distinta: menos crunch, más propósito. Menos consumo compulsivo, más búsqueda de significado.

Mientras tanto, seguimos jugando. Pero también mirando el feed con una mezcla de admiración y vértigo. Porque, detrás de cada logo que cierra, hay historias, ilusiones, y ese silencio incómodo que deja un Slack vacío.

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