Cajas de arena, mundos abiertos, parajes interminables, poderes ilimitados… ¿Hasta cuándo? La industria está tomando una tendencia que se está empezando a sentir de forma ferviente desde la pasada generación, y es la de los juegos interminables, o al menos que te pueden dar para cientos de horas. Siempre me he alegrado de la existencia de ellos, aunque hay un pero.
Seguro que son las cada vez más incipientes responsabilidades que me rodean con el paso de los años, pero quiero confesaros que cuando leo que un juego dura no sé cuántas decenas de horas, me entran dolores de tripa, o por lo menos cambio de polo en mi imán particular con ese videojuego. Ayer hablaba de los cientos de horas que le echo a cada entrega de Animal Crossing, pero en realidad me pasa eso con muchas más sagas.
El problema viene con las licencias que no son fetiche para mí, aquéllas que solo quiero descubrir “y pasar a otra cosa”. Me resulta imposible hacerlo con todo lo que sale ahora mismo al mercado. Y no lo digo solo por lo que cuestan, pues por suerte siempre hay alternativas como el alquiler o tenderle la mano a un buen amigo que te lo preste, sino porque creo que se están alargando innecesariamente muchas de estas experiencias que, quizá, serían más redondas en caso de no apostar por ser infinitos en su propuesta.
¿Y por qué escribo sobre esto ahora? Porque he terminado Ratchet & Clank y siento que todo está en su sitio. Los plataformas son uno de los géneros que convierten mis pupilas en corazones, pero me gusta ver los créditos finales cuando toca, que no llegue el momento en que me den ganas de pedir la hora. Con este fantástico remake, que me habrá durado unas diez horas, no es que la aventura sea más ágil que la original, es que mide los tiempos como pocos.
Por favor, que Uncharted 4 no caiga en las cajas de arena que son en realidad arenas movedizas, porque en ese caso dejaría de ser Uncharted. Y esto puede extrapolarse a cualquier otro videojuego. ¿Juegos largos? ¡Claro! Pero hay que encontrar un equilibrio.