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Pikuniku

La verdad es que si hay algo que nos caracteriza estos días es el tiempo. Tiempo que podemos sacar debajo de las piedras, aunque es cierto que mis compañeros con hijos pequeños quizás no tengan esa suerte. Este momento que vivimos, además, está sacando la mejor y la peor cara de la sociedad. Aquí es donde entra PIkuniku.

Descubriendo Pikuniku

Estaba yo navegando por la eshop de la Nintendo Switch cuando, de plena casualidad, vi que estaba a un euro y me picó la curiosidad. Yo no lo conocía, pero parece ser que Devolver Digital y sus desarrolladores buscaban amenizarnos el confinamiento y por ello le habían metido una rebaja del 90%. La cuestión es que, por B o por A, tenía ese dinero en puntos de oro y calló al bolsillo sin demasiada dilación. Y me alegro mucho, la verdad.

El juego se patrocina como un mundo abierto bidimensional, curiosamente. No es un género el del mundo abierto al que yo le profese extrema devoción debido a que, por mi carácter completista, me abruma la cantidad de cosas que se tienen que hacer en estos juegos donde cada recoveco es menester de guardar un secreto. Y Pikuniku es así, de hecho, pero a una escala reducida, casi atestigual. Se balancea en entre esa etiqueta y la de plataformero con backtracking. Pero bueno, este no es el caso, tendré que empezar a hablar del juego.

El capitalissssmo

En tiempos capitalistas donde vivimos, creo que este juego reduce a la esencia como vivimos. El señor Sunshine, un magnate millonario y estrafalario inventor, se dedica a quedarse con los recuersos de todos los lugares de la isla donde sucede la acción. A cambio, los isleños reciben “dinero gratis”. El símil más próximo creo que sería Amancio Ortega, pero mejor que no me meta mucho en esos berenjenales. La cuestión es que los aldeanos son bastante incultos, cada uno de ellos feliz con que “oh, vaya, se lleva todo nuestro maíz pero a cambio hace que llueva dinero”. Creo que la comparativa con el mundo real es evidente y triste en este aspecto.

Y en medio de esta situación nos toca despertar a Piku¸ un simpático ser todo rojo redondito y con dos piernas muy largas para arreglar la situación. En un mundo donde a cada instante vemos una locura, una situación extraña que la mires como la mires no tiene sentido, Piku y su silencio son las únicas cosas certeras del juego. Desde nuestro encarcelamiento por parte de la gente del pueblo, que nos confunde con un monstruo (de hecho, aparecemos encerrados en una cueva por eso al principio del juego), hasta el momento donde conocemos a la resistencia anti mr. Sunshine, el factor diferencial del juego es el humor.

Tan estúpidos como en la vida real

Todos los personajes, sus diálogos y sus interacciones con el mundo están dirigidas a atacar el humor, a sacarnos una carcajada ante las situaciones extrañas que se nos plantean. Ya he mencionado cuando me encarcelaron, pero tenemos muchas más situaciones que nos sacarán una sonrisa, como el gusano mutante por beber aguar radioactiva al que tenemos que rescatar, la pelea de baile contra el robot y directamente el final del juego, tan anticlimático por un motivo que no mencionaré que logró sacarme una carcajada.

Es un juego que te hace plantearte las interacciones de los personajes. Son todos, vamos a ser sinceros, seres que viven en su propio mundo. Es como si no se enterasen de lo que les rodea, pero, a su vez, son capaces de hacer comentarios que te descuadran por la calma con la que se toman las cosas. “Oye, ¿cómo has entrado en nuestra base secreta?” “La puerta estaba abierta, no sabía que era una base secreta, un segundo que salgo y me dejáis entrar” “Oh, tiene sentido. Y así todo el rato, manteniendo constante el tono desenfadado del juego.

Un juego para todo el mundo

Más allá de eso, Pikuniku es un mundo abierto plataformero donde puedes pegar patadas, así de sencillo (patadas al estilo del juego, eso sí).  Pero, a su vez, el juego encierra muchos guiños en forma de minijuego como es un pequeño “Dig Dug”, la parte de baile contra el robot, un juego de encestar la canasta, un runner… Y todo muy bien cohesionado con el mundo donde nos encontramos. Y las bromas por excelencia son las submisiones, sin duda. Por ejemplo, en una tenemos que jugar al escondite con una piedra. Si, con una piedra. Y encima juega bien la puñetera. Y en otra tenemos que llevarle a un brujo un objeto para que nos conceda nuestro deseo: tener brazos inútiles, porque literalmente no sirven para nada.

Es muy llamativo además el apartado gráfico del propio juego. Es como estar en Flatworld, todo plano, con texturas lisas sin sombras. Como esas ilustraciones de los libros de preescolar, donde los personajes son cariaturescos polígonos de proporciones extrañas, muy simpáticos ellos. Le va muy bien por el tono desenfadado que lleva durante todo el juego y potencia la sensación de “felicidad”. En cuanto al apartado musical… lo siento, no es nada del otro mundo. Las melodías acompañan, pero ninguna se graba a fuego en la cabeza como otros de juegos similares.

¿En definitiva?

Pikuniku es una pequeña joyita indie que merece mucho la pena. Es una de estas ofertas donde descubres que un juego esconde mucho más de lo que ves en primera plana y me arrepiento de no haber pagado más. El juego lo merece y, por las 5 horas de risas, es muy recomendable.

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