Icono del sitio Akihabara Blues

Los Videojuegos, el Patito Feo de las Artes

Uno de los debates más trascendentales que hay sobre el mundo del mundo electrónico es si los videojuegos pueden catalogarse como el enésimo arte, y equipararse así al cine o a la música. Un debate que para mí no tiene razón de ser, a causa de un factor: la jugabilidad.

Admirar una obra de arte implica, según mi punto de vista, una actitud pasiva con respecto a la obra admirada. A nadie se le ocurre, ni se le permite, acudir a la National Gallery para restregarse contra Los Girasoles de Van Gogh, ni acudir al Louvre para lamer el cuadro de la MonaLisa. Son obras que se admiran pasivamente, permitiendo que capturen nuestros sentidos pero sin alterarse ellas ni un ápice, para que el resto de personas puedan disfrutar de ellas en el estado en el que el artista las dejó cuando las dio por concluidas.

Ahí es donde se encuentra, según mi punto de vista, el principal escollo que separa los conceptos de Videojuego y Arte. El arte, opino, no puede ser interactivo, porque entonces se confundirían los papeles de Artista y del Público que tiene que disfrutar de esa obra de arte.


Cada uno de los elementos que conforman un videojuego es susceptible de ser catalogado como Obra de Arte, pues los Gráficos, la Música o los efectos de sonido son obras inalterables, el jugador se limita a disfrutar de cada uno de esos elementos en su estado original. Pero un juego implica una interactividad, ofrecer unas posibilidades jugables, lo que conlleva que cada jugador vaya a disfrutar de una experiencia diferente.

Imaginemos, por ejemplo, un jugador inexperto que se pone a los mandos de una PS2 que ejecuta Shadow of the Colossus. La presentación, la música… Todo es mágico, e indudablemente son apartados que puede ser considerado como una obra de arte por sí mismos… Pero cuando el jugador controla al protagonista y, por ejemplo, se queda encallado intentando una y otra vez subir por las escaleras del principio con el caballo, algo no implementado, esa experiencia resultante, frustrante a todas todas, impide al jugador admirar la obra con la perspectiva que sólo la pasividad puede ofrecer. La visión del programador ha chocado con las expectativas del jugador. Permitir que el público al que está dirigido una obra, en este caso el jugador, altere de una forma u otra la obra del artista es arriesgarse a que ésta pierda gran parte su belleza, su caracter embriagador, su magia.

Un walkthrough de un videojuego en forma de video, es decir, un jugador que hubiera grabado su
partida para que fuera contemplada por otras personas, sí que podría ser considerado como una Obra de Arte, pues sería una obra estática. Pero dadas las limitaciones técnicas actuales, es dificil que una experiencia audiovisual como contemplar a otro jugador completando un juego sea equiparable a visionar una de las numerosas intros generadas por ordenador de títulos como Warcraft o Final Fantasy.

Si se llega a la conclusión de que los videojuegos no son un arte, no hay que considerar ésto como un factor negativo que los sitúa por debajo del cine o de la música, pues en su naturaleza interactiva, en su escollo para ser un Patito, está su gran virtud como Cisne: permitir al público expresarse. El resultado no será una obra de arte, será algo mejor, si se me permite: una experiencia única y personal. Porque no sólo los artistas tienen derecho a disfrutar del placer de la expresión.

Salir de la versión móvil