Un Link transformado en lobo supone una de las pocas licencias de este, por otra parte, conservador Zelda, magistralmente dirigido por Eiji Aonuma y producido por el todopoderoso Miyamoto. El otro gran cambio, el protagonismo de un Link, por fin, adulto, aunque no hay mayores consecuencias que el propio diseño del personaje y un par de estocadas con más malicia de la acostumbrada. Ni uno ni otro cambio suponen un trauma para el jugador curtido en el manejo de Link en tantas otras aventuras. Con unos gráficos preciosistas, a años luz de lo visto en Gears of War en cuanto a resolución, pero que aventajan en encanto al juego de la 360, el último Zelda de GameCube y el primero de Wii consigue atrapar nuevamente a todos los amantes de las peripecias del abanderado de la Trifuerza, al cuento que se reinventa cada vez que se narra, pero combinando exactamente los mismos ingredientes una y otra vez: un héroe, una princesa y un mágico mundo por explorar repleto de secretos a descubrir. Y presentado en un disco dorado, como el cartucho de Zelda II y como tenía que haber llegado Ocarina Of Time, más allá de su pegatina. Mazmorras con más de mil misterios aguardan. Hyrule deberá ser salvado una vez más ¿Cabalgarás a Epona de nuevo?
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