Escondido tras un escritorio seguía oyendo ese lamento una y otra vez, hasta el punto que ya dudaba si realmente ese lamento no existía más que en mi cabeza.
Mi hijita… ¿Dóde está mi hijita? ¿Qué han hecho con ella? Con mi pobre hijita…
Maldices todo y a todos una vez más por haber acabado en ese inframundo, a la vez que cargas los cartuchos en la escopeta y te preparas para enviar con su hijita a la atormentada madre que una vez fue humana. De repente se oyen unos pasos en la lejanía, cada vez más fuertes, tanto que hasta la tétrica voz se silencia.
Los pasos retumban en la sala, y los libros y demás objetos que están colocados en el escritorio que te sirve de refugio se hacen eco del avance de la amenaza. Pero hay algo más. Debajo del rítmico compás se esconde otro sonido, más agradable… El bigdaddy no viene solo.
(…)No es hora de dormir, ¿Verdad?
La descompuesta – tanto por dentro como por fuera -madre no puede evitar proferir un lamento desgarrado por la esperanza.
…¿Hijita?
(No, monstruo, tu hija está muerta, y la niña que acompaña a ese engendro mecánico tiene un billete para que te reunas con ella)
¿Quién es esta mujer? Nos quiere hacer daño… – Susurra la niña cuando advierte que la madre se le acerca. No la culpo por tener miedo, la máscara que lleva la mujer no puede esconder el aspecto de zombie que tantas operaciones en la clínica de Rapture le han otorgado.
Tú… Tú no eres mi hija… ¡Es culpa tuya que se llevaran a mi niña! – Dijo la madre mientras agarraba el brazo de la pequeña.
Ese tirón fue lo último que hizo. Por lo menos en este mundo. El engendro mecánico que acompañaba a la infante la atravesó con el taladro que ocupaba el lugar en el que se supone que estaría su brazo izquierdo y, con el derecho, la estampó contra la pared del despacho, decorando a esta con la sangre y sesos de lo que una vez fue una mujer.
Era mi turno. Aproveché la distracción del engendro, agarré a la niña y salí corriendo de la habitación mientras ella chillaba como si la estuvieran destripando viva. Y mientras el engendro se daba cuenta de lo que pasaba e intentaba alcanzarme antes de que abandonara la habitación, macabramente pensé que los lugubres temores de la niñita quizá estaban fundados, porque iba corto de ADAM… Que Dios se apiade de mi alma. Del alma de todos nosotros.