Oh, Hoekstra, con que elegancia cabalgas la línea blanca de los campos digitales del PES 6. Con que finura te acomodas el balón en tu privilegiada diestra. Gentil toque, suave finta, elitista técnica. Cualquier piropo te define y engrandece tu Leyenda, una Leyenda que jamás te hará justicia.
Ahí estás, de extremo imperial, robándole el sitio a Pedro en el Barça de los Sueños, confabulándote con Thiejs, con CY Park, con Duffy, creando jugadas que algunos ni se atreven a imaginar por no sentir el peso de la impotencia sobre sus espaldas. El repiqueteo de botones en el pad de la PS2 es la banda sonora de tus regates, de tus quiebros, de tus remates.
Tú, Hoekstra, pasador, goleador, sacrificado compañero que no duda en defender para a continuación atacar y volver a defender y volver a atacar. Tus piernas digitales han recorrido cientos de kilómetros, pero tu rostro impertérrito nunca ha mostrado una mueca de desagrado, de desaprobación, de desprecio. Si pudieras, sudarías tu elástica como el que más, jugarías infiltrado, si hiciera falta. Renunciarías a la selección si pudieras. Hoekstra, no hace falta que me lo digas, lo sé. Lo siento.
Nunca has pedido el cambio ni nunca lo pedirás, tu corazón de unos y ceros es incansable. Porque Hoekstra, tu grandeza es tu maldición. Limitado a existir en un terreno de juego con aliasing, en el banquillo no serías más que un paquete de texturas que espera a ser cargado, suplicando clemencia al Jugador. No tienes mansiones, no tienes una mujer despampanante, no estampas Ferraris en túneles ni te pillan de madrugada en discotecas.
Pero la gloria, Hoekstra, esa que sólo unos pocos alcanzan, nadie te la podrá arrebatar. Porque en las finales que inevitablemente alcanza tu Barça temporada tras temporada, en los momentos de apuro, tus compañeros saben que no hay nadie mejor que tú para tirar del carro. Que no te pesará la responsabilidad, que encararás a tu marcador, que enfilarás la diagonal y que esa derecha que se curtió en patios de colegio que no existen más que en el imaginario del que te maneja colocará el esférico lejos del alcance del cancerbero virtual. Y esos gritos y esos aplausos, aunque sean simples FX, te auparán hacia los sueños que te atraparán cuando apague, ya de madrugada, como cada noche, la PS2.