Con la irrupción de los dispositivos de Realidad Virtual y el lanzamiento de las últimas tarjetas gráficas, el debate de qué plataforma es mejor para jugar, si PC o Consolas, está de nuevo a la orden del día. Pero quizá todo este asunto esté mal planteado desde un inicio.
Desde los tiempos en los que Nintendo y Sega dominaban el cotarro la cosa ha cambiado bastante. El mercado estaba por aquel entonces moldeado tanto por la Industria de Japón como por el ideal de las recreativas, el sueño electrónico que deseábamos realmente cuando repicábamos los mandos de nuestras consolas en casa. Las recreativas, por desgracia, están poco más que moribundas, y las compañías americanas y europeas han reclamado su parte del pastel en el mercado de los videojuegos. La Industria, así, ha crecido muchísimo en tamaño, y el número de actores ha aumentado, perdiéndose mucha de la esencia original por el camino. Cada decisión de las compañías está calculada al milímetro con criterios económicos porque los costes y la previsión de ingresos dirimen el futuro de las empresas.
En este mercado las propuestas se han homogeneizado tanto que no son pocos los que consideran que PS4, Xbox One y PC son redundantes. EL alto porcentaje de juegos comunes, la gran mayoría del catálogo de los sistemas de entretenimiento doméstico – Wii U come aparte, como buena sobremesa de Nintendo -, y las similares arquitecturas parecen dar la razón a los que creen que las consolas están muertas.
El argumento de que las arquitecturas cerradas permiten a los desarrolladores exprimir al máximo la potencia de las máquinas se desmorona con cosas como la venidera PS4 Neo o el bajo coste de las potentísimas gráficas de PC, que básicamente se pasan por el forro la optimización. Cuenta la leyenda que, por fin, permiten ejecutar en calidad media Crysis (trollface).
Pero la realidad, como siempre, es más compleja. Los proyectos, los grandes juegos, cada vez requieren de un presupuesto mayor. Tanto, que blockbusters como Final Fantasy XV se dice que necesitan muchos millones de unidades vendidas para recuperar costes. Otros juegos son más modestos en sus pretensiones, pero para minimizar riesgos económicos, no renuncian a ningún sistema. Es el caso de uno de los GOTY del 2015, The Witcher 3 (2015, CD Projekt Red). La gente de CD Projekt no tuvo reparos en reconocerlo: sin consolas The Witcher 3, tal y como lo conocemos, no hubiera llegado a existir.
Cada PC, Xbox One y PS4, a la espera de que salgan al mercado sus sucesoras o, en este caso, sus revisiones, cuenta. Los videojuegos exclusivos sustentan la venta de hardware en consolas, mientras que la decisión de comprar un PC atiende tanto a motivos de línea de juegos (géneros que casi no se tocan en consolas, además de indies, shooters, etc.) como económicos/técnicos (marcan la frontera gráfica a nivel de potencia). Son, ante todo, dos mercados diferentes, separados durante muchos años, pero que ahora se necesitan uno a otro para existir en su apogeo. Pretender que cada poseedor de consola se pase al PC en el supuesto de que dejaran de haber consolas es no entender la naturaleza radicalmente diferente del producto. Pero, a su vez, menospreciar a los compatibles es un error garrafal porque han tenido un papel clave en la evolución de las consolas. Y es que esto no debería ser una guerra, sino una bonita simbiosis.