Mucho – y casi siempre bien – se habla de Oculus Rift, ese casco que permite la visualización de entornos virtuales 3D en 360º. Los que lo han probado aseguran que la inmersión es total, provocando sensaciones como vértigo, agobio o mareo, que en otro contexto quizá sería una pega pero aquí es un Plus.
Marearte con un Dual Shock es complicado, quizá solo posible recordando lo que pagaste por él.
Yo, que aún no he probado la niña de los ojos de Carmack, recuerdo mis experiencias hace ya casi dos décadas en el New Park de las Ramblas, con la Realidad Virtual que ofrecían un simulador de boxeo y otro de disparos. Ninguno contaba con gráficos potentes, pero la fórmula era, al menos a grandes rasgos, la que ahora ha recuperado Oculus Rift: un visor que se apodere de nuestro campo de visión.
Muchos ven a Oculus Rift como un gran avance en el campo de la Realidad Virtual, pero creo que se está obviando, o ignorando, qué es lo que significa «Realidad», prestando demasiada atención, o asumiendo, las limitaciones de lo «Virtual». Por muy eficaz que Oculus Rift sea a la hora de mejorar la visión del jugador, la visión es únicamente una parte puntual de la apreciación de la «Realidad». Asumiendo que el sonido se recrea de forma igualmente efectiva, quedan al menos 3 sentidos que controlar. El problema es que son sentidos que se desprecian en el resto de experiencias jugables sobre las que se usa Oculus Rift. Y, más importante que esos 3 sentidos, están las sensaciones. Las emociones.
«Realidad» no es llevar un mando en la mano para disparar. Tampoco tener que consultar una barra para saber cuánta energía nos queda para correr un sprint. «Realidad» es sentir frío, es imaginar sin límites, es no plantearse que hay edificios, como en el potentísimo GTA V, en los que no vamos a poder entrar. Es no dar por sentado que hay NPCs con los que no vamos a poder interactuar más que atropellándolos. Es no pensar en las barreras.
Esa «Realidad» recreada, ficticia, debe ser considerada «Virtual» únicamente por el hecho de que únicamente estará en nuestra cabeza. Pero dentro de nuestra cabeza tiene que ser una «Realidad» sin más «peros» que los que nuestro consciente quiera imponer a un subconsciente al que se le presentan estímulos indistinguibles de los del plano no ficticio de nuestra existencia.
«Realidad» y «Virtual» pueden combinarse. Si te has emborrachado o has tomado drogas seguro que puedes contar un par de historias de suelos que se mueven, paredes que se doblan o incluso, setas mediante, haber visto seres ficticios. Todo eso está mucho más cerca de la «Realidad Virtual» que lo que nunca estará una pantalla con forma de casco.
El ser humano es química pura. La química controla lo que sentimos. Provoca que algo nos guste, que algo nos parezca interesante, que algo nos de miedo, que algo nos atrape. La química y no el hardware debería ser el camino en el que la «Realidad» pudiera virtualizarse en experiencias controladas. Quizá, concedo, una combinación de ambas nos llevaría a algo como lo que se presenta en la mítica El Cortador de Césped. Pero hasta que la química no se interese por los videojuegos, usar el término de «Realidad Virtual» para algo como Oculus Rift me parece confundir términos. Con todos los respetos a Mr. id Software.