Conocí a Richard hace muchos años, en un evento, cómo no, de videojuegos. Fue en un campeonato de Pro Evolution Soccer, cuando la franquicia de Konami era lo más grande que uno se podía echar a la cara. Tanto, que a la compañía nipona no le importaba llevarse a media España a cualquier ciudad europea para montar un par de pachangas.
Recuerdo que en una de esos partidos de costellada Richard y yo, como integrantes de la coalición Ibérica formada por periodistas portugueses y españoles, nos enfrentamos en un partido memorable – para nosotros, claro – a los integrantes del KCET, Seabass incluido. Ganamos 5 cero y Richard se marcó un hat trick épico, caminando a lo Messi imperial, definiendo como Romario. Yo metí uno de chilena, creo que el único gol de chilena que he marcado en mi vida. Un festival, vamos. Luego, en semis, perdimos en penalties contra los franceses. Pero esa injusticia y atraco a mano armada es otra historia.
Richard murió hace unas semanas, y yo me he enterado hoy. Se lo ha llevado el cáncer, esa palabra que al pronunciarla hace que se te ericen los pelos de la nuca. Hasta el último momento, Richard se mostró optimista, alegre, bromeando por Facebook, como si en el fondo esperara que Sakaguchi se presentara cualquier día en la puerta de su casa o del hospital con una bolsa llena de Colas de Fénix, solo por si acaso.
Pero Sakaguchi no salvó a Aeris y, jodido Hironobu, tampoco ha rescatado a Richard. No creo merecer llamarle amigo, coincidimos pocas veces, pero siempre le recordaré como el tio majo que eras, tu mirada optimista, esa actitud bonachona y ese hat trick que le metió a Seabass y a los suyos. Descansa en paz, Maradona.