Más de uno se reirá, pero aquí el menda, Ricardo Farinela, se embarcó en una carrera de letras como Periodismo como muestra de amor incondicional por Gabriel García Márquez. Sus Cien años de Soledad se convirtieron en mi horizonte como escritor.
También era fan de Hemingway, claro, pero creía tener más complicaciones en seguir los pasos del único escritor del mundo que ha apadrinado casi más bares que libros ha escrito – mi hígado siempre ha ido justito – que en intentar recrear lugares tan mágicos como el Macondo de García Márquez. Luego, ya sabes, he acabado rellenando páginas de revistas de videojuegos. Qué se le va a hacer, a pesar del sueldo a veces te llevas alguna chuchería a casa.
Pero incluso este mundanal destino no ha conseguido apartar a Gabo de mi mente ni un momento. Y ahora que no está, en vez de pensar que le he traicionado como escritor, me siento más propenso a creer que Gabo solo podía haber uno, otros se tienen que contentar con juntar palabras y yo y unos pocos más, a usar términos cuyo significado se le escaparían al Nobel colombiano, como Gankeo, Power Up o Demake.
Y si a Hemingway llegué tarde para homenajearle en la barra de cualquier bar, a Gabo, en cambio, sí que puedo rendirle tributo. Así que, amparándome al derecho a cita, y abusando del privilegio de tenerte leyendo estas poco inspiradas líneas, déjame que invoque por unos segundos a Gabo con la primera frase de la mejor novela que se ha escrito nunca, la NOTY (Novela of the Year) atemporal:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre le llevó a conocer el hielo.
Si el escritor no muere hasta que no se olvida su obra, maestro Gabo, estate tranquilo, que custodiaré con mi vida tu recuerdo. Y, por favor, no tengas en cuenta que en vez de Macondo yo hablo de lugares como Hyrule o Midgar, que ni tan solo son míos.