Cuando trato de pensar en las últimas veces que he leído que la industria del videojuego ha madurado, que ya está consagrada (especialmente en cuanto a facturación se refiere) como para mirar por encima a Música y Cine y que los juegos ya no son un pasatiempo infantil, son muchos los artículos que me vienen a la cabeza. Y es que se ha escrito bastante sobre el tema en parte porque es verdad y en parte porque a los que nos dedicamos a esto de un modo u otro nos gusta sacar pecho y demostrar que no somos aquellos frikis de antaño. ¡O qué diablos, que seguimos siendo los mismos frikis, pero aficionados a un medio que ya no pueden menospreciar!
Dicho esto, es pues evidente que con el paso de los años son muchos los cambios que ha sufrido la industria, en ciertos aspectos evolucionando y en otros, involucionando. Sí, porque también son alargados los pasos hacia atrás que se están dando, como puede ser, por ejemplo, la sangrante moda de los DLC, el lanzamiento de videojuegos a medio hacer que se van puliendo con parches o entregas anuales que en nada varían la experiencia original de una saga determinada. U otros detalles cuya responsabilidad recae especialmente en el jugador, como la absurda e infantil “guerra” entre aficionados de una u otra máquina. Es como si un cinéfilo que prefiera un director a otro se alegrase de que el segundo haga películas de mierda. ¿Acaso no debería ser todo buen filme alabado?
Por estas y otras razones desde hace tiempo ronda en mi cabeza la pregunta que encabeza este texto: ¿son los jugadores ‘hardcore’ cada vez menos exigentes? Procuro evitar las etiquetas, pero en esta ocasión me quiero referir con hardcore a los que llevan apoyando la industria desde hace tiempo, a los auténticos aficionados que lloran de alegría con un remake de ’System Shock’, disfrutaron como nadie del soberbio ‘Baldur’s Gate’ o celebran la llegada de títulos como ‘The Witcher’. La diferenciación es importante porque lo que me ha llevado a escribir estas líneas ha sido las notas que ha recibido ‘Dark Souls III’, un juego dirigido precisamente a ese tipo de público.
La saga ‘Dark Souls’ que nace del magnífico ‘Demon’s Souls’ fue toda una sorpresa para los aficionados al rol. Y la mezcla era curiosa, pues precisamente en una época en la que los JRPG no pasaban por su mejor momento, un estudio japonés sacaba un Action RPG “a la occidental” que se ganó rápidamente el corazón de crítica y público. Y lo hacía porque rompía esquemas, huía de los convencionalismos, del inmovilismo incrustado en ciertos géneros y acababa con un status quo que no hacía ningún bien al ocio electrónico en general. Recuerdo a la perfección la primera vez que oí hablar del juego, cómo informé del descubrimiento a mis colegas y cómo, todos, nos entusiasmamos por lo que estaba por venir.
Me estrené en la serie con aquel primer ‘Dark Souls’ (su predecesor, con el que empezó todo, lo probé a posteriori) y nunca me olvidaré de las sensaciones al meter el disco y comenzar a jugar. Era una ilusión propia de otra época, sabedor de que estaba ante algo diferente, algo que buscaba sorprenderme en cada esquina y hacerme sudar (literalmente) para después recompensarme por el esfuerzo. Un juego, en definitiva, que respetaba al jugador. Hacía tiempo, de hecho, que no tenía esa sensación con ningún otro título, y por eso le declaré mi amor a ‘From Software’ y todo responsable de tamaña obra.
No obstante, secuela tras secuela, esa llama se fue apagando, y la ilusión de aquel primer juego fue desapareciendo poco a poco. Como es lógico, ni ‘Dark Souls II’, ni ‘Bloodborne’ ni el actual ‘Dark Souls III’ iban a poder tener el mismo efecto en una audiencia que ya sabía a qué se enfrentaba. Algo que, en parte, también ha afectado a su mejor arma: la dificultad, pues los jugadores ya se han convertido en auténticos expertos que se saben casi de memoria las trampas y engaños que surgen de las mentes de los desarrolladores. Pero la IP seguía ofreciendo unas cotas de calidad inalcanzables para otros juegos del género.
Mis sospechas comenzaron con ‘Bloodborne’, el cual, pese a ser un maravilloso juego, no supuso ni la evolución que esperaba ni la diferenciación de los ‘Dark Souls’ que vendieron, más allá de una ambientación diferente y aspectos en la jugabilidad que sí, variaban la experiencia, pero no sorprendía. La gota que colmó el vaso la viví hace pocas semanas, cuando pude probar la versión anticipada del esperado ‘Dark Souls III’. Volví a poner el disco con más ganas que nunca, pero la sensación de estar jugando a lo mismo me dio en toda la cara, directa a la frente, dejándome reflexivo en el sofá, mando en mano.
Con el juego ya a la venta, muchos aficionados habrán podido vivir ese comienzo tan increíblemente calcado a sus predecesores y unos errores técnicos que vuelven a hacer acto de presencia, como un control enclenque y unas animaciones algo ortopédicas. Ni qué decir tiene que la trama, que sigue las mismas estructuras que prácticamente todos los ‘Souls’, es digna de un cuento de dragones y mazmorras para niños. Que sí, que es cierto que ‘Dark Souls’ no busca contarnos una historia trepidante, que su fuerte es explorar, sufrir y mejorar, pero ¿no sería todo aún más redondo si el envoltorio que sirve de argumento estuviese más cuidado?
Mi sorpresa fue mayúscula cuando comencé a ver las notas que le otorgaban al juego la crítica especializada, hablando de obra maestra y obviando detalles que, en mi caso, enturbiaron la experiencia. Y el juego es una maravilla, tan fantástico como lo fue el primero, porque es prácticamente igual. Y digo yo, ¿no podríamos pedir un poco más? Especialmente con un juego tan laureado. ¿Nos hemos vuelto menos exigentes? ¿Un más y (un poco) mejor nos vale? ¿Un argumento contado por un niño de 3 años es suficiente porque los juegos no van de eso? El debate de si los videojuegos son arte o no aún está latente, y tardará en cerrarse, pero los usuarios también tenemos que poner de nuestra parte para ganar la partida. Mientras tanto, seguiré disfrutando con ‘Dark Souls III’ como he hecho hasta ahora, a pesar de que mi hoguera cada vez está más apagada. Y es que estas pueden ser solo las reflexiones de un loco que vaga por la industria en busca de emociones. ¿Me habré convertido ya en ‘hueco’?