Sayonara Wild Hearts, música para subyugar un todo

Parece increíble lo mucho que han evolucionado los videojuegos. De pixeles del tamaño de una decimosexta parte del monitor a juegos que se asemejan a la vida real como si de un espejo se tratara. Existen múltiples formas de contar una historia hoy en día, y, personalmente, adoro aquellos juegos que rodean su propia trama como si se deleitaran con ello.

La historia está en las cartas

Este, sin ninguna duda, es el caso de Sayonara Wild Hearts, de Annapurna. Una experiencia más allá de la que ningún otro videojuego me haya dado nunca. No es solo la trama, una historia sobre el desamor contada de una manera muy sutil. Una historia que bebe del tarot, usando los diferentes significados de las cartas para dotar de sentido a la aparentemente inconexa aventura de nuestra protagonista, representada con “el loco”. Os recomiendo encarecidamente buscar información sobre las diferentes aproximaciones de esta baraja tan conocida por su uso, pero no tanto por su significado, porque es lo que da contexto al castillo de naipes que conjuntan los niveles del juego y, además, permite a cada cual sumergirse en el significado de esta.

Cuando la jugabilidad se encuentra con la historia

Y si no es solo la trama, ¿es la jugabilidad? Es una componente muy fuerte del juego. Es sencilla y adictiva, funciona como la seda y, pese a ello, esa reminiscencia a los arcades le otorgan una profundidad que, envolviendo la trama, conforman una aventura sólida, pero breve. Intensa, pero fresca. El gameplay es a la historia lo que una superficie diáfana al castillo de naipes de la historia: permite que montarla sea sencilla dentro de la dificultad de hilar una trama como esa.

Viaje al centro de un artista pop

La jugabilidad es un apartado interesante, sí, pero… ¿los gráficos? Limpio es la palabra que mejor puede definir a un apartado visual que deja a un lado todo lo innecesario para centrarse en mostrar unos gráficos texturizados de manera que muestren lo mínimo posible pero poniendo frente al jugador rasgos que permitan identificar rápidamente lo que vemos. Luces de neón en un paisaje que avanza rápido frente a nosotros, sin un momento de pausa entre coreografía. Un apartado visual que dota a nuestros naipes de un colorido y un atractivo que no permite que apartemos los ojos de la pantalla.

Réquiem por una banda sonora excepcional

He expuesto muchos motivos por los que Sayonara Wild Hearts es un juego increíble, pero sin embargo, nada de esto tendría sentido sin su seña de identidad: la banda sonora. Compone nuestro castillo de naipes, posándolo con suavidad sobre la firme mesa que prepara la jugabilidad, escogiendo una baraja acorde a aquello que busca transmitir y colocando cada parte con mimo y esmero.

No puedo alabar lo suficiente el trabajo de Simogo ha hecho al frente de esta banda sonora, firmada por Daniel Olsén y Jonathan Eng, porque sin ella el juego no valdría nada. Es la música la que dicta el tempo del juego, permitiendo que una jugabilidad que no brilla por su complejidad sea lo adictiva que es. Cada canción marca el tempo del juego, nos incita a movernos al compás y a avanzar, porque no queremos que ese éxtasis audiovisual acabe por un error de nuestras manos.

Además, es gracias a esta que la jugabilidad vaya mostrando sus diferentes caras. Pese a ser el mismo control en casi todo momento, los cambios los marca el ritmo de la canción que este sonando. En los momentos necesarios tomará un matiz más esotérico, donde la jugabilidad se tornará delicada y grácil, mientras que en los momentos claves, cuando la música rompa, nos pedirá rapidez y agilidad.

Música que envuelve tus sentidos

La música también marca el desarrollo de la trama, envolviendo cada nivel y cada momento para permitirnos saborear lo que el juego intenta transmitir con lo que percibimos. La historia es muda, Simogo no quiere desvelar sus cartas antes de que nosotros hayamos llegado al final. El viaje es introspectivo. Nosotros somos los que decimos lo que vemos.

Y una música tecno-pop tan excepcional necesitaba un acompañamiento adecuado. Lo que vemos en pantalla es una representación absoluta de lo que estamos escuchando, porque sin el sonido no tiene sentido. No importa que estemos haciendo, si vamos en moto, coche o volando. La música marca la estética del momento, en consonancia con la trama.

Una obra maestra atemporal

Al final, Sayonara Wild Hearts es un juego que todos deberíamos jugar. Un juego donde el sonido subyuga tus sentidos y te atrapa en un castillo de naipes perfectamente construido, donde ningún detalle está por azar. Un juego que no dejará indiferente a nadie. Puede que no te guste, puede que te encante, pero sin lugar a duda, es un juego que para mí merece el pináculo al que solo unos pocos juegos son capaces de llegar. Hasta siempre, corazones salvajes. [100]

  1. El juego es muy entretenido, no se si para un 100, igual eso es opinion de cada quien, pero no deja de ser un propuesta muy interesante y divertida.

    • Yo aquí juego totalmente por mis sentimientos con el juego. Lo jugué seguido unas 15 veces, lo reventé entero sin parar durante varios días, con la música de fondo mientras hacía otras actividades e hizo lo que Isaac no consiguió: que me interesara la simbología del tarot.

      Al final es una cuestión del momentum del juego. A mi desde luego me llego muy hondo y, por su conjunto, soy incapaz de no considerarlo una obra maestra 😀

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