Capcom sorprende a propios y extraños con Dragon’s Dogma, un videojuego que parece más propio de un estudio de desarrollo ocidental afín a Bethesda y a Bioware que de un equipo formado por los máximos responsables de varios Devil May Cry y Resident Evil, como es el caso.
Nota: Este análisis es posible gracias a Microsoft, por cedernos una unidad Xbox 360 Debug y a Koch Media, por enviarnos la beta review de Dragon’s Dogma. Muchas gracias a las dos.
Dragon’s Dogma está protagonizado por un héroe – o heroína, pues podemos configurar al personaje que controlaremos – cuya verdadera naturaleza se revela tras enfrentarse a un dragón y, aparentemente, morir. Entonces se convierte en el Renacido (o la Renacida) que deberá acabar con la amenaza que azota a su mundo. Como Renacid@ recibirá la ayuda de los Pawns (Peones), una antigua Orden que tiene como objetivo el ayudarle. Seguramente este argumento te sonará a Skyrim, y con razón: el juego de Capcom comparte mucho con el título de Bethesda.
Si has jugado a Skyrim, Dragon’s Dogma no te va a coger por sorpresa. El envoltorio es parecido, pero el sabor es muy diferente, muy arcade: Dragon’s Dogma sabe a Recreativa 2.0, no por su apartado técnico sino por llevar a un terreno como el RPG en mundo abierto las mecánicas de hack’n’slash. Su concepción, sobre el papel, es muy similar al de la última iteración de la franquicia de Bethesda, aunque la forma en la que se ha poblado el mundo es radicalmente opuesta. Mientras que en el de Skyrim, de aparentemente mucho mayor tamaño, se anima a leer cada libro, a hablar con cada personaje para conseguir empaparnos de la riqueza de la comarca de Tamriel, en el juego de Capcom en cada esquina se esconderán cientos de peligros y no habrá un solo momento en el cuál el jugador pueda relajarse.
Una muestra es la exploración: en Skyrim, como gran parte de mis colegas, no comencé a realizar misiones hasta que no me cansé de investigar tanto terreno como pude. En Dragon’s Dogma no me atrevo a pasear de noche y mucho menos fuera del camino trazado. En serio, estoy acojonado por lo que me pueda encontrar. Mi personaje de nivel 22, curtido en 14 horas, es poco más que un muñeco de trapo en las manos de la fauna que hay en Dragon’s Dogma. Y no hablo de Final Bosses, hablo de cualquier cuadrilla de ladrones dopados, encuentros fortuitos con Comandos Lagarto ¿? o Leones Mutantes prácticamente invencibles.
Si en Skyrim podíamos contar con la ayuda de un seguidor, en Dragon’s Dogma podremos reclutar hasta a 3 secuaces o peones que nos acompañarán en nuestra aventura. Del trío de secuaces uno nos acompañará durante todo el juego y, como el propio protagonista, podrá cambiar de clase y subir de nivel, lo que será la puerta a la activación de nuevas habilidades. Los otros dos Peones serán itinerantes, y podremos ir reclutando a nuevos durante el juego, ya sea en el Portal de Peones o por los diferentes caminos, escogiendo unos secuaces con la clase que más nos convenga en cada momento.
El sistema de misiones es el típico: te enteras de una quest – algo nada complicado porque hay muchísimas, y te embarcas en ella eligiéndola del menú en el que están todas las disponibles. Puedes seleccionar en cada momento cuál quieres que esté activa, para así poder beneficiarte de las indicaciones de la brújula que porta el jugador. La naturaleza de los encargos es muy similar a la de otros tantos juegos (busca este objeto, mata a un grupo de ladrones, habla con tal persona…), así que no os llevaréis, en principio, ninguna sorpresa en este sentido. Eso sí, no he sido atrapado por el juego en ningún momento, la ambientación no me ha tocado, y eso ha convertido a las misiones en meros – en ocasiones hasta tediosos – trámites para subir de nivel y conseguir algo de oro con el que adquirir material nuevo. No, este no, este se compra con otro dinero.
En cuanto al diseño de las misiones, me he encontrado con algunos problemas desquiciantes, como un boss con el que me tiré – literalmente – 2 horas de reloj intentando liquidar y que luego resulta que no se puede matar y que hay que huir de él. Pero es que Dragon’s Dogma hace muy pocas concesiones al jugador. Las pocas que sí que tienen es lo útiles que resultan los secuaces y la posibilidad de grabar en casi cualquier momento la partida, por si ocurre una desgracia. La otra, la IA de los secuaces, que convertirá a estos NPCs en aliados y no en meros comparsas.
Una gran IA que, por otra parte, no consigue hacer olvidar un punto que, potencialmente, le podían haber otorgado una nueva dimensión a este Dragon’s Dogma: la falta multijugador. Imaginad que los Peones o Secuaces estuvieran controlados por personas reales y que pudieran ofrecer sus servicios a través del Portal de Peones o por encontrarlos en cualquier camino o ciudad. Hay diferentes posibilidades en las que el cooperativo, como opción, podría haber aportado mucho al juego, incluso abrir nuevos escenarios, algo que, por desgracia, no se ha tenido en cuenta. La decisión de no permitir el cooperativo me recuerda, por su cabezonería, a la de Tomonobu Itagaki renegando de la cámara manual.
Gráficamente Dragon’s Dogma es ambicioso. Y esa ambición le lleva a sufrir para mover los detallados entornos y efectos que presenta en pantalla. Si pensabas que Skyrim iba al límite, prepárate a descubrir lo que es ver sufrir a un motor gráfico: el juego se resiente de tal nivel de detalle y el motor petardea. Una lástima, porque lo que por una parte consigue el juego con el nivel de detalle lo acaba perdiendo por la inestabilidad del motor.
En cuanto al apartado sonoro, al menos la versión que he podido probar está totalmente en inglés. Los efectos especiales son bastante correctos y en cuanto a la música… Bueno, es bastante peculiar. El tema central es una muestra de que en Dragon’s Dogma han intendo darle un toque nipón al juego como han podido. Y la banda sonora es la parte que más mano se ha dejado meter. Atención especial al tema central del juego, que no tiene desperdicio.
Dragon’s Dogma es un juego difícil, sobre todo por temas de nivel de personaje. Al poco tiempo te darás cuenta de que esto no es Skyrim: aquí hasta el enemigo más aparentemente significante te pondrá las cosas muy complicadas. Y no hablemos ya de los enemigos que tengan un tamaño mayor que nosotros. Sólo te digo una cosa: si ves un dragón, corre por tu vida. En serio. Corre mucho. Realmente yo corro cada vez que veo algo más grande que yo… Motivos me han dado.
Los combates son quizá la gran reivindicación de este Dragon’s Dogma: intuitivos, brutales y muy arcade, quizá el punto el el que más se nota que estamos ante la creación de una compañía nipona experta en todo tipo de juegos de repartir sopapos. Luchar, así, se convierte en uno de los grandes placeres del juego, al menos cuando nos enfrentamos a adversarios con los que tenemos alguna posibilidad.
Dragon’s Dogma promete muchísimo. Capcom se ha soltado la melena y se ha lanzado de cabeza a la piscina como si no hubiera un mañana… ni hubiera un límite en la potencia de las consolas actuales. Por desgracia sí que lo hay y Dragon’s Dogma, a pesar de sus buenísimas intenciones, se queda en un loable intento de la compañía nipona por alcanzar nuevas cimas. [75]