Si hay un juego que a mí me ha marcado a lo largo de este año, ese ha sido Chicory. La propuesta de Greg Lobanov de mezclar un juego de aventuras estilo Zelda con pintar no solo ha sido un éxito absoluto, tanto entre público como en prensa especializada, si no que demuestra una sensibilidad sorprendente sobre algo que todos compartimos: el síndrome del impostor.
Un título diferente
Sentir que no somos suficiente, que no importa que hagamos, siempre habrá alguien mejor que nosotros. E incluso una vez estamos donde hemos luchado por llegar, ¿nos merecemos estar ahí? ¿Ha sido fruto de nuestro esfuerzo o solo suerte? Es duro escuchar esa voz en tu cabeza que insiste en que no somos suficiente, y bajo esta premisa se nos presenta Chicory: nosotros no somos nadie, no somos los elegidos, no somos capaces de conseguir llevar a cabo esta misión. Es demasiado para nosotros.
Si bien este es un tema tratado en el videojuego -de hecho, la anterior obra del director, Wandersong, también trata el tema como eje central-, pocos títulos lo tratan con una cercanía como la obra de Lobanov, y sobre todo escogiendo un método que demuestra tan claramente esta sensación: el dibujo. En Chicory pintamos, y eso es algo que pocas personas mantienen tras abandonar la infancia por miedo. Miedo a que te juzguen, miedo a que te critiquen y miedo a enfrentarte a algo de lo que careces experiencia.
Además, el núcleo lúdico del juego sigue siendo espectacular. El título es sólido y se sostiene por si mismo sin necesitar de nada. Puedes jugar como quieras, dejando salir más o menos tu artista interior y demostrando qué hay dentro de ti y cómo percibes el mundo. Los puzles no son complicados y es una aventura perfecta para todo el mundo, con momentos que rompen el tono de la trama para demostrar de qué está hecho y traer variedad. Es una obra fascinante y un verdadero candidato a GOTY AKB 2021.
