Tres años… han pasado tres años desde que me decidiera a escribir sobre aquella horrible infamia de envoltorio ruso que era POSTAL 3. Han pasado tres años desde que me zambullera en lo que conocemos como el “periodismo de videojuegos” a un nivel más avanzado que lo visto en foros de /v/ o semejantes;
Tres años en los que he aprendido a ser más cínico, más meticuloso, menos sensato y sin consciencia dentro de este mundo. Pero hoy no vengo a hablar sobre un montón de paparruchas sentimentales sobre la añoranza de mis años rondando por AKB, dando por saco en noticias o intentando echar un poco de sal aquí o allá. Hoy vengo a narraros una historia; ni siquiera yo sabría cómo etiquetarla, si como una advertencia para todos los que lo leáis o como un apaño que servidor se ha hecho para vaciarse la cabeza, pero es una historia en la que todo tiene cabida: emoción, drama, acción, amenazas de muerte, una especie de conglomerado con diferentes cabezas visibles a la cual más hija de puta que la anterior y oprimiendo a una gran mayoría… y todo empieza con una triste figura de plástico.
Corría el invierno del año pasado, más o menos por Diciembre, cuando me decidí a intentar hacerme con mi pequeña colección de Amiibos. Por si habéis estado alojados alguna prisión de la CIA en un país por debajo de la línea del Ecuador en estos últimos 18 meses, los Amiibos son esas pequeñas figuras de plástico creadas por Nintendo y que les está asegurando un pico de ventas bastante provechoso para arreglar los baches de su puesta en blanco entre 2014 y 2015, del que parece que cada vez vemos más y más series a la vista… pero no nos vayamos por la tangente; decidí pues acercarme al Corte Inglés más cercano y echar un vistazo. Allí fue donde me hice con Falcon y Mario, los que quería atesorar como benjamines y los primeros de una larga lista que, por aquel entonces, tuve que renunciar a tener; diferentes desavenencias económicas que no vienen al caso me hicieron mandarlos al mercado de segunda mano y ahí es donde acabo.
Pero algo dentro de mí se negaba a rechazarlo. El ansía del consumismo y el “tener X porque mola” es fuerte y, como la sangre que atrae a los Cazadores en Bloodborne, no podía parar de recorrer los estantes de los establecimientos como un ánima en pena, buscando algo que llevarme a la boca. He de decir que, sin ser muy boyante, mi situación había mejorado y, claro está, quería darme una alegría. Como habían caído las navidades, mi hermano se compró una copia de Smash y yo le seguí la corriente, pero comprando una 2DS y me empecé a preparar para el futuro.
Así pues, a los dos meses, la bola de nieve empezó a formarse de nuevo y Luigi cayó en mi bolsillo. Fue por aquel entonces cuando empezó la falta de stock de Amiibos por el Norte, que es por donde se suelen notar más las carencias, y aquí es donde empezaron los grupos, corrillos y tejemanejes de corrillo que se formaban en grupos de Whatsapp. El “Te cambio X por Y” o “¿Te interesa un Z por A1, B2 y C3?” era algo habitual, pero yo era feliz con mi querido Luggy (el mote que le puse a Luigi): cada vez que subía a pasar el rato donde mi hermano, yo le entrenaba, él se quedaba mirando y mi hermano le machacaba el cráneo con Shulk un poquito más cada día; todos salíamos ganando.
Debería hablaros ahora del caso que me impulsó aquella bola de nieve inicial a convertirse en algo capaz de rivalizar con la mascota de los Marshmallows de Cazafantasmas; el caso es que se gestó en uno de estos grupos, en los que una docena y media de personas de todas partes de la ciudad estábamos conectados, dándonos chivatazos y haciendo libre comercio de estos. La “gran cabeza” del grupo era, si mal no recuerdo, una persona de unos 30 años para arriba, con bastantes entradas, coleta sempiterna y una fácil tendencia a hacerse mano en todo tipo de asuntos, ya fueran privados o públicos.
Con lo poco que había, algunos hacían su colección al estilo que haría orgulloso al tío que inspiró la película de El Lobo de Wall Street. La “Gran cCbeza” se jactaba de que podía hacer lo que quisiera, traer lo que quisiera y tenerlo cuando él quisiera, y así lo demostró: al mes de entrar en ese grupo, y por ser su cumpleaños, empezó a regalarlos a espuertas y así es como empezó “la sed por el plástico”; más y más figuras empezaban a aparecer por mi estantería (Donkey Kong que fue rebautizado como Copito, Charizard pasó a llamarse Zippo o la vuelta del Capitán Falcón, por nombrar unos cuantos). Las cosas iban bien pero, para citar a los guionistas del primer Max Payne, “[…] los sueños tienen la mala costumbre de echarse a perder cuando no estás mirando.”
Pero el ambiente cambió cuando el verano empezaba a acercarse por Valladolid: hubo rupturas, distensiones, metros y metros de conversaciones con descalificativos… en resumen, un dramón típico de sobremesa en telebasura. La caza se hacía más intensa cada vez que se anunciaban nuevos restocks desde otras fuentes: de las palabras se llegaron a los hechos y, por si no os lo creéis, nadie os dirá que esto ha pasado, pero… imaginaros a 4 personas, con una media de edad entre los 25-30 años, por el suelo de una juguetería un jueves por la tarde, dándose mordiscos por una figura de Sheik. Ahí fue cuando me dí cuenta de donde me estaba dirigiendo todo este consumismo sin cabeza, y fue cuando mucha gente de nuestro alrededor empezó a tratarnos como si nos hubiéramos escapado de una institución psiquiátrica.
“¿En serio? ¿Pelearnos como putos críos por una mierda de figura? Figura que encima vais a tenerla en la caja, sin usarla ni nada. Me dais vergüenza. Anda que os folle un pez.” Así fue como la “gran cabeza” nos despidió de su grupo de Whatsapp un 4 de Agosto. Lógico, no era ni la forma ni el formato adecuado, sobre todo para aquellos que se auto-etiquetaban como “Psst, que yo controlo”. Eso hizo que empezara a hacérmelo mirar. ¿En serio merecía la pena tanto dinero gastado? ¿Tantas noches en vela, pendiente de un localizador, de un alerta en el móvil, por una figura de plástico? “El tener por tener se había acabado”, dije tras sacar mi cartera y guardar todo lo que me quedaba bajo llave: iba a tirarme todo el verano sin gastarme ni un puñetero céntimo.
Me aguantó bien, el primer mes. Al segundo, mis padres se fueron de vacaciones y… recaí. Palutena, Aldeano, Lucina, Megaman, Estela… el lector de los bichos para la 2DS cayó después, para evitar las continuas escapadas cada tarde a casa de mi hermano y, también, para empezar a criar a estos lacayos de no más de 6 centímetros de altura en mi casa. Ahora, tengo 14 de estos joputas plásticos aquí, haciéndome compañía, al lado de la jaula de la cobaya. ¿Tengo un problema? SI. Con mayúsculas. Tengo, lo que me explicó mi querida psicóloga, un “trastorno de compra compulsiva”. Y lo sigo arrastrando. No me da miedo decirlo en público, (básicamente porqué el “qué dirán” lo tengo suficientemente superado, muchas gracias) porque sé que hay más como yo ahí afuera que, ya sea por muñecos de plástico o por prendas de ropa, coches o demás cosas, sufren por esto.
Más o menos, con compulsiones pequeñas o mayores, pero… supongo que me empujé yo mismo a una orgía de compra, venta, re-compra, reventa y re-re-recompra solo por el simple hecho de que estaba solo… el estar con el grupo de la “gran cabeza” me hizo sentirme aceptado en un grupo de gente que se identificaba conmigo, pero… eh, que le vamos a hacer. La terapia ayuda, las sesiones me ayudan a desprogramarme y los paseos al frio de Valladolid en estos días de Diciembre ayudan algo.
¿De qué me ha servido tanta auto-felación? ¿Estos, posiblemente, 3 o 4 folios que os he escrito y que habéis pasado como auténticos campeones por encima? Supongo que podría decir que compréis por cabeza o no compréis por comprar o podríais acabar como yo, como un tío que no hace más que berrear sobre videojuegos pésimos, que añora la vida en AKB y que echaba de menos aburriros con sus tonterías. Espero que podamos seguir leyéndonos durante este año y los que vienen y nos echemos unas risas con todo lo que nos echen encima, ya sean los de la Moncloa o los que nos ven desde el Valhalla.
A mis brazos.
-Hola, soy Kristian y soy un puto yonki del plástico.
Hola Mario y Kristian, me llamo Juan y soy adicto a comprar productos digitales. Sí de esos que, como no ocupan espacio, compras y compras sin parar.
Al menos vosotros tenéis trozos de plástico que os hacen compañía.
Hola Juan, no hacen compañía de verdad 🙁
Jentrena: esto es para ti, no se si lo has leído, pero para que andes con ojo …
http://atomix.vg/2016/01/25/los-riesgos-del-consumo-de-juegos-digitales/
¡¡¡¡No le hagáis caso, que los quiere todos para él !!!!…… XD
Entre los Amiibo, los Skylanders y los Disney me dejan la cartera pelada …..
Me agrada ver la amplía aceptación que ha tenido este texto. Lo siento por todos los problemas que haya causado por mi «cansinismo» ^^
Yo estoy al borde de ese abismo con las figuras del Infinity…. Salvadme!!!