Aunque suene a topicazo, lo que viene a continuación es simplemente mi opinión. O, reduciéndolo, mis sensaciones sobre el regreso de Doom, un juego con el que empecé con mal pie. Que conste que no tenía ninguna expectativa, creo que la mejor forma para enfrentarse a una obra es no saber nada de ella. O al menos, saber lo mínimo.
En este caso, claro, la IP pesaba una tonelada, y era imposible no tener alguna idea preconcebida – que no hype. La aureola de reboot me mosqueaba, se me antojaba como si los desarrolladores se hubieran autoimpuesto una presión brutal. El primer Doom me pareció una experiencia religiosa, mística, mágica, una ventana a un mundo nuevo, por lo que el que id y Bethesda quisieran rebotarlo ya de por si era algo perverso. Pero no quise darle muchas vueltas antes de ponerme a sus mandos.
La toma de contacto no fue precisamente esperanzadora. La primera fase de este Doom 2016 me parece insustancial, falta de un gancho que atrapara, al menos, a los nuevos. A los que podrían haber llegado buscando la esencia del original ya los daba por poco menos que mártires, si finalmente se aventuraban a darle una oportunidad a este Doom 2016. Tan bajo cayó el listón que lo que sucedió en las siguientes fases me pilló desprevenido, con la guardia baja. O, quizá, pasó precisamente por tener la guardia bajada.
Y es que esta revisión del clásico me enganchó con su calculado gore, su armamento, su acción sin miramentos y, sobre todo, una colección aparentemente inacabable de guiños y referencias geeks que casi se pueden considerar como jugar sucio, porque apelan directamente a nuestro corazón de (Ready) Player One. La inclusión de las ejecuciones o lo estratégico del uso de la motosierra, combinado con otros alicientes como las misiones secundarias o localizar los ¿infinitos? easter eggs que pueblan los niveles. Sí, si hay un juego next-gen que agradece una guía para ser exprimido es este, aunque sea para poder disfrutar de todos y cada uno de los regalos con las que la nueva id Software ha intentado llenar el hueco de misticismo y magia que dejaron Romero, Carmack y cia. al abandonar la que en su momento fue la abanderada de una verdadera revolución. Sí, cada guiño geek, cada momento fan service saben a ostentosos regalos de un padrastro que intenta ganarse el amor del jugador de forma artificial. Y por unas cuantas fases, al menos conmigo, la cosa funciona.
Por desgracia (para mi, porque por lo que he contrastado en redes sociales soy de los pocos a los que le ha pasado), el mono se me ha acabado alrededor del nivel 8. Ahí ya el invento se ha desinflado, me he quedado sin alicientes para seguir, por no encontrar nuevas armas o enemigos. O por cansarme de esperar, quizá, revoluciones que nunca fueron el objetivo de este Doom. Seguramente sea yo el problema, pero el que se queda en la estantería es el juego, al que no le puedo negar que me haya entretenido durante unas horas pero al que dudo que vuelva para darle una cuarta oportunidad, si es que no llevo mal las cuentas. Ahí ya entra, claro, la enorme oferta de juegos del mercado actual.
El nuevo Doom tiene algún toque del viejo, pero su atractivo es equivalente al de los dobles que imitan a los famosos: quizá se parezcan pero no hay la chicha del de verdad. Si buscas ponerte tonto o simplemente pegar tiros frenéticamente no creo que te decepcione. Si buscas algo parecido al Doom original en escala, impacto o calado, no te culpo. Acusarte de soñador no es justo porque tú no eres el que ha decidido recuperar la IP. Viniendo de Bethesda siempre todo es posible, pero este Doom se ha quedado, en mi opinión, como un FPS cargado de fanservice, entretenido y poco más.