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El Game Pass Viejuner o Cómo Hacerse un Master en Azimut

Estaba pensando que hacer, que poner, como empezar después de tener un gran sentimiento de nostalgia que me impulsaba a volver a escribir. Y precisamente esa palabra, nostalgia, es la que me lleva a elegir el tema de esta mi primera entrada tras varios años de silencio en esta página.

Comencemos. Hoy en día, en una época en la que cada vez más impera el juego como servicio, DLCs por doquier y cajas de botín en un juego sí y otro también, hay una fórmula que, como poseedor de una xbox one, me llamó desde un primer momento la atención: El game pass.

No voy a entrar en sus características o mi opinión personal, porque lo doy por súper sabido. Su presencia aquí es servirme de referencia para explicaros, lectores de nueva ola, que hace 35 años ya había un game pass: la hojilla del piratilla.

Y qué era esto, os preguntaréis. Pues bien, hace muchos años, cuando no había soporte digital, todo era físico, y además magnético (cintas de cassette), ya existía un modelo de suscripción que te permitía tener mensualmente acceso a un catálogo de juegos que iban cambiando. Si pagabas tu cuota, el corsario de turno te proporcionaba una hojita de cuaderno (o de folio dependiendo del nivel del bucanero), donde podías encontrar practicamente todas las novedades del mercado de 8 bits (en mi caso y en esa época para el Spectrum).

El proceso era sencillo. Primero, tras haber conseguido el contacto en cuestión, te citabas o bien en un lugar neutral o en el domicilio del corsario (esto último ya requería de un nivel mayor de confianza y/o conocimiento del suministrador en cuestión). En el momento del contacto, se te informaba del precio/unidad de cada juego, en el que se diferenciaban según la calidad y por tanto la cinta en la que se encontraban. Además se hacía referencia a una modalidad, llamada «cuota», por la cual, pagabas una cantidad fija y tenías derecho a un número de cintas que contenían las novedades de ese mes.

En mi caso, no es que hiciera un uso demasiado frecuente de este servicio, pero sí que recuerdo algún mes en el que me ponía de acuerdo con algunos amigos para poner el dinero de la cuota y luego proceder a la copia de esas cintas para todos los que habíamos aportado. En principio, todo parecía un win-win. Copiar cintas con un radio cassette doble pletina era algo al alcance de cualquiera con un mínimo conocimiento tecnológico. Error. A partir de ahí comenzaba el infierno.

Tras pagar la cuota,  se producía una prueba de la cinta a entregar para que todos comprobáramos que todo funcionaba bien. Entonces, llegaba el momento crítico. Todos los amigos que habíamos aportado quedábamos en casa del que tenía el doble pletina con nuestras cintas vírgenes y comenzaba el proceso de copia. Tras haber esperado un tiempo que podía durar un mínimo de una hora en una cinta de 60 minutos (algo menos si el aparato tenía la opción de doble velocidad), por cada persona, todos volvíamos a nuestras casas deseosos de probar y viciar a nuestros nuevas cintas repletas de nuevos juegos… O eso creíamos.

Empieza la cinta, primer juego… y no lo coge. Segundo juego, sonar suena bien, fuerte, limpio… y tampoco inicia la carga. Y así con un tercero, un cuarto… Alguno empieza bien, y se crashea en la pantalla de carga. Otros, los más sádicos, cargaban todo hasta que en el último pitido se reseteaban y te devolvían a la pantalla inicial: 1982 Sinclair Research Ltd, lo que viene siendo el equivalente prehistórico del BSOD del Windows.

Hasta aquí, desesperación. Quedada con los amigos presentes en la copy party, y las experiencias eran más o menos las mismas. De pronto, uno de los últimos en llegar nos comenta que un amigo de un amigo de un primo que conoce al pirata le ha dicho que tenemos que tocar un tornillito en nuestro reproductor de cintas para que nuestro Spectrum reconozca el juego. Que tenemos que ir probando poco a poco, un poquito para un lado, un poquito para el otro, hasta lograr la posición ideal.

Y allá que nos fuimos. Cada uno nos buscamos la vida para conseguir un destornillador del tamaño adecuado. Empezabas arrancando el primer juego y girando el tornillito una y otra vez, a un lado y a otro, hasta que conseguías que empezara la carga. Con un poco de suerte, ese primer ajuste nos servía para que el juego cargara perfectamente.

Pero cuidado, no cantemos victoria tan pronto. Este ajuste servía para este juego, pero podía ser (de hecho solía ser) que tuvieras que cambiar este ajuste dependiendo del juego, con lo que practicamente, el hecho de tener cintas copiadas te requería tener múltiples ajustes del Azimut (lo que viene siendo el ángulo que forman el cabezal de lectura y la cinta. El objetivo era conseguir que este ángulo fuera lo más cercano a 90 grados). Al final acababas de los nervios y con un máster de tornillería azimutera para tu currículum lúdico-informático.

En fin, queridos lectores de la época post cassette, espero que estas líneas os hayan servido para comprender que eso del Netflix de los videojuegos ya existía hace más de 30 años. Y con esto me despido, no sin antes agradecer la oportunidad que tuve y tengo de poder compartir mis pensamientos en AKB.

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