Hablar de uno mismo siempre gusta. Es agradable apartar la piel y desnudar nuestra alma, establecer una conversación donde como persona te sientas cómodo. Voy a intentar hacer eso contigo, voy a intentar que seas tu mismo, como lector, como persona, la que lleve el peso de este texto. ¿Empezamos?
Piensa por un momento en ese videojuego de tu infancia, ¿Lo tienes?
Depende de los años que tengas, ¿qué te ha marcado? ¿Final Fantasy? ¿Sonic? ¿Mario? ¿Pokémon? ¿League of Legends? Cuantas posibilidades, ¿verdad?
Hay infinidad de juegos, infinidad de posibilidades, pero sabes que ese juego siempre estará contigo, siempre tendrá un lugar en tu corazón. Hablemos de tu caso.
Piensas en él cada cierto tiempo. Te refugias en él cuando las cosas se complican, cuando ves pasar los días y algo en tu cabeza te devuelve el impulso de jugarlo. Buscas recordar, un hilo que devuelva tus pasos a la senda del pasado. Bocadillos de Nocilla, tardes con los amigos, momentos imborrables. Como molaba ser pequeño, tener tiempo para disfrutar de nuestro hobby sin preocuparnos de nada más, hablar de ellos con tus colegas y descubrir cada pequeño secreto del videojuego que tocara. Volvamos al pasado por un momento, sigue conmigo un poco más.
Cada uno de tus amigos tiene su propio juego favorito. Tu mejor amigo tiene la 64, fiel a las raíces que su padre le legó con la gran N y esas tardes antes de tener tu propia consola que jugabais a la Super. Mientras tanto, tu otro amigo se decantantó por esa flamante caja grisácea que nos prometió la revolución más grande que jamás hubieran visto nuestros ojos, con los CDs negros de las demos rebosando en su cajón y unos cuantos juegos de dudosa procedencia en el clásico guarda discos. A ti te da igual la plataforma, solo quieres jugar. Incluso conocías a un chaval con una consola de otro planeta que no paraba de hablar maravillas de ella y habías oído hablar de que en esa caja tan grande donde se suponía que solo podías escribir para clase se podía jugar y todo.
O quizás eres más joven y viviste la revolución del online con Xbox mientras los demás flipaban con un armatoste que casi no cabía al lado del televisor, pero cuyos juegos han marcado escuela. Formas parte de una generación que los esports ya existían cuando tú empezaste a hacer tus pinitos, League of Legends acababa de nacer y tú estabas tranquilamente jugando a Pokémon Blanco. Las posibilidades están ahí, y nada más importa, lo demás es relativo.
Sin embargo, algo seguro que recuerdas como el día que das tu primer beso, el día en que te gradúas o esas navidades de cuando eras pequeño: tu primera vez con los videojuegos. Un momento de inflexión en tu vida de gamer (o jugón) del que no puedes desprenderte. Y posiblemente tampoco quieras, porque, ¿Qué sería de ti sin esa experiencia?
Nunca jamás habrá un juego como ese, tu primer juego, madre mía, no importa cual fuera, siempre será especial, siempre estará en tu corazón como el comienzo de un todo. Tus recuerdos te llevarán eternamente a ese recuerdo con la sola mención del tema, con la mención del juego, la plataforma… porque ese ES tu primer juego, ahora y siempre. Seguramente el juego original lo tengas prendido a fuego en las retinas de las veces que jugaste. Tarareabas su música, soñabas con los personajes. La primera vez siempre se recuerda.
Y después de ese vinieron otros, tu sigues creciendo, pero el tiempo no importa. Jugamos hasta aprendernos los niveles con los ojos cerrados, donde cada juego es una aventura a la que nos enfrentamos con ilusión, con ganas y con energía. En todos estos años, sin lugar a duda, está tu juego favorito, el que nos deja la marca en el alma y cuya sombra caerá sobre todos los demás juegos que pasen por tus manos.
No puedes dejar de jugar, no paras de pensar en él, “¡Esto es la leche!”, piensas a la vez que machacas los botones de tu mando sin dejar de jugar. Cada momento es mágico, una imagen más al collage mental que va formando el juego…hasta que lo terminas.
Ya está, ya no hay más, se acabó. El juego te ha dado todo lo que te podía ofrecer, los has dominado como un maestro y ha caído a tus pies. Pero eso no te basta.
Decides jugarlo otra vez, esta vez más despacio, buscando cada detalle, algo que no vieras en su momento… y vuelve a terminar. Reempiezas. Mismas reglas, más atención, pero en menos tiempo. Repetimos, ahora más rápido. Otra vez, intenta pasártelo aún más rápido. Ahora intentando replicar la experiencia personal.
El tiempo sigue su curso, ahora con un 90% menos de tiempo, muchas más responsabilidades, menos ocasiones para jugar. Comprimimos ese tiempo buscando completar lo antes posible el videojuego en el que nos enfrascamos. Nuestra biblioteca crece más rápido de lo que jugamos y no hay tiempo que perder. Se acabo explorar como si no hubiera un mañana, ahora es momento de centrarnos y seguir el camino de baldosas amarillas que nos marque el juego, porque sabes que así llegaremos a la meta de forma más rápida y sencilla. ¿Ya está? Vamos a por otro.
El juego forma parte de ti y tú formas parte de él. Te marca, deja una huella invisible en ti que, incluso ahora mismo, leyendo estas líneas, eres capaz de sentir. Pasa el tiempo y cuanto más pasa desde la última vez que lo completaste, más ansia tienes de regresar ahí, cual peregrinaje necesario para purificar tu alma. Porque sabes que tras esa pantalla se encuentra una parte de tu infancia a la que puedes regresar pulsando el botón de encender de una consola guardada como oro en paño, recordando el sabor de los bocatas de Nocilla a media tarde, a las tardes con aquellos amigos de toda la vida, momentos imborrables que perduran para siempre en la memoria y que siguen a nuestro lado para siempre.
Y este es solo un ejemplo, un caso dentro de las millones de personas, jugadores, que hay en el mundo. Cada uno con sus casos, con su inicio particular. La primera incursión en esta pasión que todos compartimos, que todos sentimos dentro de nuestros corazones y que nos une. ¿Cuál es la tuya?