De la primera Playstation recuerdo con una sonrisa bastantes cosas. la demo del T-Rex, que me puse mil veces. Lo flipante que era que la parte de abajo de los CDs fuera en negro. La sorpresa que me dio Ridge Racer, por lo bueno que era. Y las repeticiones de Gran Turismo.
Qué juego el primer Gran Turismo, con sus mitiquísimas modificaciones de carrera con las que podías llenar de pegatas los coches. Lo de poder controlar tantos y tantos vehículos, cada uno de ellos capaces de producir de unas sensaciones en su conducción únicas, fue uno de los grandes logros de Polyphony Digital y de su líder, Kazunori Yamauchi.
Pero lo que se me quedó en la retina fueron las repeticiones tras cada carrera. El nivel visual que ahí se ofrecía era incomparable, de auténtica nueva generación. Esa capacidad de asombrar fue única.
Pues bien, viendo la película de Gran Turismo en formato 4DX he recordado instantáneamente ese asombro que sentí al ver los replays hace ya 25 años. Esos planos de vehículos reales en carreras, que se presentan como si fueran coches virtuales, incluyendo marcadores de personaje o de posición, consiguen que uno se pregunte durante la película qué imágenes son reales y cuáles pertenecen a la última entrega, Gran Turismo 7.
Si a eso le añadimos los efectos de 4DX, incluyendo aire, calor, lluvia y un traqueteo más propio de un simulador de VR de un parque de atracciones que de un cine, el resultado es un espectáculo brutal que compensa el más que previsible argumento de la cinta.
Por cierto, tremenda injusticia que no haya sido el español Lucas Ordoñez el personaje retratado en la cinta, habiendo sido él el primer ganador de GT Academy y habiendo conseguido grandes logros como piloto. La película hace una cabriola detrás de otra para encajar a Jann Mardenborough, el protagonista de la cinta, como el primer gamer que se transforma en piloto profesional gracias a Gran Turismo, algo que es absolutamente falso. Cosas de Hollywood.