Qué rara que es la Comunidad de Jugadores. En las redes sociales, Destiny (Bungie/Activision Blizzard, 2014) ha sido acusado de las mil y una. Desde de no ser lo que prometía – si es que no aprendemos -, a que es muy corto, que está pensado para DLCs, que Bungie se ha quedado a medio camino…
Empíricamente te das cuenta rápidamente que algo huele a chamusquina en tanto resquemor de boquilla. Y es que te conectas a cualquier hora a Xbox Live o a PSNetwork y te das cuenta que al menos el 75% de tus amigos no juega a otra cosa que a Destiny. Alguno podría decir que es una relación amor-odio. Yo creo que es postureo. Me cuadraría bastante más.
En el interior de todos nosotros hay una persona crítica. Por mucho que nos guste algo, siempre le acabamos sacando pegas. Es por ello que uno de los juegos más jugados del momento en consolas, si no el que más, es uno de los más cuestionados. No me voy a posicionar en ese debate, porque creo, sinceramente, que una de las partes está siendo hipócrita y las dos están perdiendo un tiempo que podrían utilizar en jugar a Destiny.
Destiny, por entrar ya en materia, es un Halo (Bungie/343 Industries/Microsoft) 2.0. O, mejor dicho, un Halo Reimaginado como un juego multijugador cooperativo. Por motivos de corte y confección, en menor medida que los sufridos en Titanfall (Respawn/EA, 2014), el argumento, NPCs y escenarios tienen un carisma a años luz del de los juegos del Jefe Maestro, pero la apuesta es lo suficientemente interesante como para que, a la postre, se revele como un robavidas.
Y es que Destiny no tendrá la profundidad, complejidad y carisma de los grandes FPS de la Historia, pero su propuesta de MMO disfrazado de FPS con mucho de RPG y algo de MOBA es pegamento puro: no podrás soltar el mando. Vaya por delante que, como el título de esta reseña pretende dejar claro, todavía no pertenezco al club de los que han empezado a jugar a Destiny de verdad de la buena. Vamos, que no soy nivel 20. Es decir, que, en teoría, todavía no he probado lo mejor de la superproducción de Activision. Miedo me da.
Lo que sí que puedo decir es que Destiny antes de Destiny es infinitamente superior a otros juegos que se defienden de apaleamientos colectivos con la misma coletilla de «es que empiezo a molar en el Capítulo 405». No. Destiny ya es un juego Top desde el minuto 1 – o casi – y no te hará falta echarle horas para ver que esta franquicia tiene mucho potencial. Quizá no para 10 años, pero unas semanas de buen vicio no te las quita nadie.
Gráficamente, por acabar de dar la vuelta, está cuidado, pero hasta cierto punto. No recordarás precisamente la obra de Bungie por sus visuales, aunque cumplen y de sobras. Eso sí, su banda sonora – Marty, no te olvidamos – es para enmarcar, muy épica. No tanto como los Halo, claro, pero es que de eso no va Destiny. Destiny es otro rollo, es un MMO, una cosa que en consolas no se estilaba y que en vez de sangre tiene adicción a espuertas en sus venas. Y claro, los mendas hemos caído a cuatro patas, cual tribu india que descubre, pobrecita ella, el whisky.
Si no has jugado a Destiny aún, entiendo tus dudas: comprendo que quieras seguir teniendo vida propia. No me verás diciendo que es el juego perfecto, que me ha aportado experiencias increíbles o que ha revolucionado el mundo de los videojuegos – aunque el popularizar los MMO en consola es algo histórico. Destiny es, simple y llanamente, un robavidas, de esos juegos que sabes cuando empiezas a jugar y no cuando acabas. Entre subir de nivel a nuestro personaje completando misiones, encontrar y desbloquear armas y mejorar la equipación, se nos irán todas las horas que nos podamos permitir perder jugando a los marcianitos y unas cuantas más de propina. Avisad@ estás.