[Slush2014] Entrevista con Richard Stallman

Slush 2014 prácticamente cerraba sus puertas. La gente se diluía y fragmentaba aquí y allá, ojeando por última vez los escenarios o intercambiando apretones de manos antes de que acabara todo, hasta el año que viene. Por otro lado, Richard Stallman, en un pequeño rincón del edificio, terminaba su ponencia sobre la relación entre software libre y educación.

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Rodeado de poco más de sesenta personas, en uno de los más modestos escenarios de Slush -curiosamente, a nivel del público, sin diferencias verticales ni alegóricas-, el padre del software libre recibe la ovación merecida tras su charla, que ostenta el lema «Libre, NOT gratis». Se quita sus gafas, las guarda con esmero y mira al público sonriente. Agarra el peluche de un ñu, emblema del software libre GNU/Linux (cuya web oficial podéis consultar aquí), que había descansado durante toda la charla encima de la pantalla de su portátil. «Vale, hagamos un experimento, ¿cuánto querríais pagar por este -aquí enternece su voz hasta términos irrisibles- adoraaaable peluche GNU, como donación para la Fundación para el software libre?». La gente ríe ante este barbudo, irreverente gurú e firme defensor de ideales que es Stallman.

Luego llegan las tímidas ofertas, una tras otra. Como una lluvia de verano, reticente a comenzar, pero que pronto discurre como la seda y llena el escenario de «¡doy más!», «¡100€!», «¡110€!», «¡150€!»,y euforia y expectación por ver quién es el depositario de ese adorable GNU, firmado por el legendario Richard Stallman. Tras el desenlace la gente se reúne ante él, le piden fotos y firmas, saben que están ante una leyenda y no quieren dejar pasar la ocasión. Richard se sienta en una silla, sin mostrarse hastiado, pero sí cansado, responde preguntas, honesto y directo, sin rodeos.

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Espero, no quiero prisas, ni que Stallman me tome como a una colegiala enloquecida por su barba y su materia gris, al igual que la mayoría de los espectadores que lo acosan sin control. El último, antes de mi turno, le ofrece un Mac, un ordenador portátil Macintosh (sí), para que lo firme. Stallman lo mira de arriba a abajo, incrédulo. Luego aparta la vista de él, suspira y le mira fijamente al señor de ventitantos años que, en su genuflexión, ofreciendo el portátil, no entiende qué puede andar mal. «No pienso firmar algo en lo que siquiera puedes instalar software libre si te da la gana». Él anónimo (supuesto) fan de Richard Stallman se marcha, confuso, arrastrando los pies. Llega mi turno. Respiro hondo.

En cuanto esgrimo la grabadora me mira inquisitivo, «¿es una entrevista?», asiento, «entonces me debes prometer varias cosas». Después de establecer la precisión con la que debo usar las palabras «software libre», «GNU», entre otras, la entrevista puede comenzar. Es un hombre de ideales y los muestra sin tapujos, no quiere malentendidos innecesarios. Empiezo a balbucear la primera pregunta en inglés cuando me interrumpe con un «In spanish, shall we?«. Incrédulo, respondo, «¿habla castellano, fluido?», él alza la voz «no oigo bien, hable más alto, ¡soy casi sordo, que-me-dice!». Tras unas risas estamos listos. «¿Nos podemos tutear?», asiento de nuevo, «gracias, mejor».

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¿Cuál piensas que es la solución ante las políticas abusivas de los sistemas operativos en consolas? En un PC puedes instalar Linux, por ejemplo, sin ningún problema, ¿pero qué haces con un sistema, en el que instalar un sistema operativo ajeno, implica cerrarte las puertas a sus servicios? Como es el caso de las grandes: Nintendo, Sony y Microsoft.
Es injusto, evidentemente. Es un producto malévolo. Pienso que debería ser ilegal: vender consolas sin especificar las interfaces de programación completamente.

¿Ve una posible salida a este problema en el futuro?
No, porque sabemos que los estados están del otro lado. Son los enemigos del pueblo en este asunto. Operan como los flunkies (lacayos). Los estados son los súbditos de las empresas, aunque evidentemente carecen de legitimidad (las últimas).

¿Qué piensa sobre el crecimiento exponencial de los smartphones y sus tiendas de aplicaciones?
Su base es un producto injusto, hacen un seguimiento de la gente y pueden escuchar sus conversaciones privadas. Por eso rehúso llevar un teléfono móvil, por este motivo: es un producto injusto. Es el sueño de Stalin. No veo la manera de desarrollar un teléfono móvil que no siga al usuario.

Para estar en comunicación el teléfono tiene que emitir señales y el sistema sabe dónde está el teléfono. El único medio es deconstruir el sistema de forma que nunca tome nota de dónde está el teléfono, excepto en el caso de una orden del tribunal, específica, acerca de alguien, de grabar los movimientos de alguien.

Aun así es una realidad. En 2020, creo recordar, se espera que habrá cincuenta mil millones de smartphones y tablets en el mercado.
Pero no tendré ninguno. Y demuestra cuán poco la gente piensa en su libertad.

¿Imaginas un mundo distópico, similar al que se plantea en 1984?
Sí. Ya casi existe. En muchos países ya existe. Hay muchos países tiránicos. Los que son supuestamente libres se acercan siempre más a la tiranía. Buscan excusas para la censura y espiar todo. Y los que nos revelan lo que el estado hace realmente son perseguidos, como Snowden.

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Intentar guardar la compostura tras la charla de Stallman me ha dejado con menos tiempo del que habría deseado. La entrevista termina, apago la grabadora. Aun así Richard Stallman es de esa gente con la que es sorprendentemente fácil hablar casi de cualquier cosa y hacer de cualquier tema un debate. Le pregunto cómo aprendió a hablar castellano y me describe cómo, un día, al lado de una impresora, vio un texto en castellano y casi pudo entenderlo, gracias a sus conocimientos en francés. Le llamó la atención. «¿Por qué no iba a intentarlo? No parecía muy difícil». Tras dos semanas estudiando por su cuenta ya sabía manejarse a nivel escrito perfectamente. Poco después lo chapurreaba. Un genio.

La entrevista me ha sabido a poco, pero ahora me habla sobre los lugares que ha visitado en España, lo que le gusta de ella. Le pregunto si sigue alguna publicación de habla hispana, prensa, lo que sea, y me responde, mostrando una condescendiente sonrisa tras su frondosa barba, «me gusta mucho leer El Jueves«. Tras esta declaración me pregunta, súbitamente serio, «¿sabes que van a quitar la Alhambra?». Mi cara es un cuadro, no sé por donde van los tiros, pero esconde algo. Entonces se responde a sí mismo: «la van a cambiar por una red in-alámbrica». Río, sin saber muy bien si debería, él, simplemente, sonríe.

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