Cogí State of Decay con ganas, no te voy a engañar. Un juego de supervivencia entre zombies, con la posibilidad de construir, aumentar las habilidades, explorar y acceder a un árbol de misiones secundarias me sonaba como a un título que copiaba homenajeaba a mi venerado Dead Rising. Y me he dado una hostia.
Por desgracia, el resultado, o al menos las sensaciones que me han quedado, es un juego que muere, siempre según mi opinión, por ser demasiado ambicioso. Cierto es que lo he jugado únicamente durante unas 2 horas, pero no me ha transmitido demasiado. El componente sandbox está ahí, es evidente, al igual que otros elementos que uno no esperaría encontrar en un juego descargable, como la aparente profundidad de las relaciones entre personajes o las misiones secundarias.
Pero al entrar en materia el castillo de naipes se desmorona y me he encontrado con un título técnicamente justísimo con unas mecánicas de juego desconectadas entre sí carentes del atractivo suficiente como para dedicarle las horas que, intuyo, son necesarias para sacarle el jugo a State of Decay. Si eso lo combinamos con el hecho de que el sistema de combate no es precisamente para tirar cohetes, el encanto del juego de Undead Labs se evapora a las primeras las segundas de cambio.
También es cierto que quizá iba demasiado condicionado a encontrarme con un asequible arcade a lo, salvando las distancias, GTA. Así, State of Decay se me ha atragantado, y me considero incapaz de escarbar más allá de las primeras horas de juego en su propuesta para intentar encontrar un atractivo que me pueda llegar a mantener pegado a los mandos.