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Terra Cresta en Switch, una experiencia religiosa

Mis primeras experiencias con videojuegos se remontan a partidas prestadas Atari 2600 y a una consola que te venía con el Pong y con otro juego para pistola. Pero entre estas máquinas y el primer sistema que tuve en propiedad, un maravilloso Amstrad CPC 464, tuve algún contacto con los arcades.

El primero, un juego de naves en el que aparecían algunos dinosaurios que tiraban lásers y en el que podías recolectar powerups para tunear la nave. Nunca me aprendí el nombre. La tenían en el bar de enfrente de mi casa en Corbera y aprovechaba cada encargo en busca de tabaco o pipas para echar una.

Reconozco que lo busqué durante años, a la cresta de la ola de MAME, intentando identificar esa máquina que fue, sin dudas, uno de mis primeros amores en lo que respecta a videojuegos. Al final tuve que tirar la toalla: no di con él. Por eso entenderás el subidón que me dio el darme de bruces con él al comprarme hace unos días lo que parecía un shoot em up random. Fue una experiencia religiosa. Terra Cresta era su nombre, y Nichibutsu el nombre de la desarrolladora.

El reencuentro con los dinosaurios armados hasta los dientes, con los power ups que permitían tanto ganar en potencia de ataque como poder desplegar el fuselaje de la nave temporalmente, y con esa endiablada dificultad tan típica de los arcades que, más de 30 años después, sigue impidiéndome avanzar casi nada. Es tremendo que tres décadas después, tras incontables horas en consolas, compatibles y arcades, mi habilidad a los mandos de Terra Cresta sea exactamente la misma a la de ese niño de 7 años que necesitaba el banco para poder alcanzar los mandos de su primer arcade.

Gracias Nintendo Switch, por haber permitido este reencuentro mágico, lo más cercano a un Primer Amor que he tenido en los videojuegos. Terra Cresta está disponible por algo menos de 7 € en la Store digital.

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