La nueva entrega de The Legend of Zelda llega para demostrar una vez más que es de lo mejorcito que le ha ocurrido a la industria de los videojuegos, una marca que traslada el viaje del héroe en su más pura esencia y que con Breath of the Wild alcanza su máximo esplendor. Un juego para la historia.
Cuesta definir Zelda: Breath of the Wild. Tal y como le ocurre a menudo a la prensa deportiva para adjetivar el talento de Messi, con este nuevo título protagonizado por los eternos Link y Zelda se da un caso similar. No han sido pocos los elogios, y ya se acaban los argumentos para expresar qué supone el lanzamiento de este videojuego: ¿mágico, legendario, excepcional? Decidid vosotros. Yo, por lo pronto, voy a adelantar los puntos que tocaré en el próximo análisis. Porque este es un juego que hay que paladear, pero las horas que le he dedicado ya me permiten un primer desahogo.
La esencia de Zelda: Breath of the Wild
Hyrule es una tierra bien conocida por cualquier aficionado. Quien más quien menos, somos muchos los que nos hemos perdido por sus bosques, praderas y montañas descubriendo todos sus secretos y acompañando al elfo Link en su clásico periplo. No obstante, en Zelda: Breath of the Wild el reino de Hyrule adquiere unas dimensiones épicas y jamás vistas no ya en otros títulos de la saga, sino en muchos títulos que también presumen de ‘mundo abierto’.
¿Su mayor mérito? El hecho de haberse inspirado en el más clásico de todos los Zeldas, el que salió para NES en 1986. En palabras de Hidemaro Fujibayashi, director del juego, “la respuesta estaba en el primero de todos: una aventura en un amplio mapa en el que debías usar tu imaginación y probar distintos enfoques para superar los problemas…”. Exacto. Ni más ni menos. Y eso es precisamente lo que han hecho con Breath of the Wild, expandiendo esa esencia por un mundo que, como jugador, te absorbe.
El mundo
Los jugadores se trasladan a un Hyrule gigantesco y plagado de detalles, un mundo que otorga libertad total al jugador y que además respira vida. La sensación es que hasta el más mínimo detalle ha sido cuidado, y cada elemento tiene una labor en el lienzo final, ya sea estética, narrativa o jugable. Desde un punto de vista artístico, Breath of the Wild es un título que enamora, con una iluminación magnífica que te hará sacar capturas de pantalla cada pocos minutos. Los diseños de los personajes y los entornos han hecho que este sea posiblemente el Zelda más bello de todos. Los ciclos de día y de noche, el juego de temperaturas según el entorno, la diferente fauna y flora, la cantidad de ingredientes y objetos que poder aprovechar, ya sea para cocinar platos o elixires…
Es digno de elogio el peso que se les otorga a las decisiones del jugador. Tienes libertad para ir allá donde te venga en gana desde prácticamente el inicio de la aventura. Eso sí, tú sabrás si esto es lo que te conviene, porque Hyrule, como decía antes, está más vivo que nunca, y hay zonas que quizás no es óptimo cruzar aún. Pero optar por una vía u otra depende absolutamente de ti, y el hecho de que hagas lo que hagas la trama se sostenga firme como un roble, sin altibajos, demuestra el nivel del juego. Toda una lección de Nintendo de cómo se hace un título de mundo abierto, más allá de la potencia gráfica.
La trama
Seamos justos, este nunca ha sido el punto más fuerte de The Legend of Zelda. Eso sí, aplica como pocos el patrón narrativo que supone el monomito o periplo del héroe. El término lo explica el mitólogo Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, y es Link nuestro héroe de turno, que desde su humildad e inocencia deberá iniciar un viaje para vencer a las fuerzas del mal. En Breath of the Wild volvemos a la misma estructura, pero gracias a las dimensiones que ofrece el juego, la épica se multiplica hasta niveles insospechados. Además, juega con un tempo narrativo más cuidado que nunca. En otros Zeldas siempre tienes la sensación de que, al fin y al cabo, sabes lo que ocurrirá. En esta ocasión somos más que nunca ese héroe amnésico y no sabemos ante lo que nos vamos a enfrentar. Nintendo consigue de esta forma sorprendernos con una saga manida, sí, pero más excelsa que nunca.
Jugabilidad
Las posibilidades en Breath of the Wild son tantas que la jugabilidad se ve, por supuesto, afectada, y muy positivamente. Hereda las mecánicas que conocemos todos, con esas animaciones clásicas que ya hemos visto en otros juegos 3D de la saga. Eso sí, ahora se ha profundizado más que nunca. Lo vemos claramente en el combate. Se acabó lo de tirar de espada para prácticamente todo, y es que este Link puede empuñar hachas, lanzas, mandobles, martillos, cetros mágicos, azadas, garrotes y un largo etcétera de armamento de todo tipo para hacer frente a las múltiples amenazas. Además, también se han sumado nuevos movimientos de combate que varían según el tipo de arma. Esquivar o hacer guardias con escudo perfectas cobran más sentido que nunca, convirtiendo los combates en toda una danza estratégica.
Además, las distintas combinaciones que nos ofrece tanto la ropa de Link como las recetas hacen que sea muy necesario ir siempre preparado. Ya no es cuestión de ver si vamos bien de bombas o de flechas. ¿Vamos a cruzar una montaña muy fría y empinada porque sabemos que hay un magnífico tesoro en algún lugar? Quizás convenga llevar la ropa adecuada, comida picante que nos ayude a combatir el calor, una antorcha, piedras para encender un fuego y, por qué no, algún elixir que nos permita movernos más rápido cuando haya que huir o cruzar un lago. La planificación llega hasta ese nivel de detalle, haciendo de la sensación de aventura el quid de este Zelda: Breath of the Wild. Y cualquiera que lo juegue podrá vivir lo que estoy relatando.
Cierro el texto para seguir disfrutando del juego de cara a poder ofrecer el análisis más detallado posible. Estas son muchas de las claves sobre las que girará la valoración del título, pero no es nada comparado con todo el contenido que puede ofrecer el título. Porque Breath of the Wild lleva apenas unos días a la venta, pero ya ha marcado un antes y un después en la industria.