Algo cambió en nuestra industria a partir del 3 de marzo de 2017. Mejor dicho, algunos consideran que algo cambió drásticamente a partir de ese momento pero, ¿qué hay de cierto en semejante afirmación? ¿realmente Breath of the Wild marcó un antes y un después en el desarrollo de videojuegos?
Los juegos que lo cambiaron todo
No puedo negar que hay ocasiones en las que una obra es capaz de cambiar el rumbo del medio. Tampoco soy tan ignorante como para negar que títulos tan laureados como Super Mario 64, Doom, Alone in the Dark o Grand Theft Auto ejercieron influencia sobre los proyectos que estaban por llegar posteriormente. Hay autores capaces de concebir algo único y vanguardista; algo destinado a marcar un antes y un después en la forma que tenemos de ver las cosas. Y ahora, la clave de esta modesta reflexión: ¿Es la última aventura del Héroe del Tiempo una de esas obras? La respuesta es no.
Personalmente, he de confesar que en el mes de marzo de 2017, mi fin de mes llegó el día 3. ¿El motivo? Muy sencillo: Nintendo Switch y Breath of the Wild estaban marcados en mi calendario. Al igual que casi cualquier aficionado a la franquicia, llevaba años esperando la nueva epopeya de Link. Porque la llegada de un nuevo Zelda nunca deja indiferente a nadie.
Porque la saga se lo ha ganado a pulso durante más de treinta años y porque el título que acompañó a la nueva consola de Nintendo durante su lanzamiento es, indudablemente, uno de los mejores títulos de la generación que estamos viviendo. Porque nadie en su sano juicio se atrevería a cuestionar que se trata de un juego excelso.
¿Un juego sobrevalorado?
El problema —para mí— reside en ciertas corrientes que llevo meses presenciando. Un boca a boca que parece decidido a establecer que Breath of the Wild inventó los videojuegos, asegurando que cualquier estudio que apueste por el mundo abierto debe fijarse en él y que —lo más sangrante de todo— se trata del juego con el que la propia franquicia nos ha permitido ser libres por primera vez. Porque no, no todo era campo antes de su llegada. Y no, no hay motivo alguno para que los creativos de la industria llamen a Nintendo para preguntarles cómo se concibe un mundo abierto.
Uno de los casos más llamativos de los últimos meses lo he encontrado en la llegada de Red Dead Redemption II, entre otros títulos en los que la libertad de acción es una de sus piedras angulares. Redes sociales, foros de discusión, encuestas y otros espacios, da igual el sitio en el que mire: la conclusión que uno saca es que RockStar hace mundos de mierda, y perdonad la expresión, si se comparan con esa fantástica versión de Hyrule con la que la gran mayoría de nosotros hemos disfrutado tanto. El problema es que a veces miramos a lo que nos interesa, pero corremos un tupido velo en los aspectos en los que igual nos llevaríamos una desagradable sorpresa.
Un juego mitificado
«En Hyrule puedes hacer lo que quieras», «el mundo de Breath of the Wild es mucho más grande», «es que hay muchísimo más contenidos» son algunas de las frases habituales que uno se encuentra cuando presencia los estragos de la citada corriente. ¿Mienten esas afirmaciones? La realidad es que no; son legítimas. El problema llega cuando pretendemos que los demás videojuegos deban ser así. «Es que viajas al fin del mundo para encontrar un cofre con tres rupias», «las mazmorras son las peores de toda la saga» o «la narrativa está a años luz de otras producciones» son afirmaciones que yo podría espetar sin miedo a equivocarme y también lo serían.
El problema surgiría si yo me emperrase en destacar la narrativa de The Last of Us, la exploración de Metroid Prime o el diseño de niveles de Prey con la intención de restar méritos a un Breath of the Wild que ni es perfecto, ni necesariamente es la mejor entrega de la saga.
¿Invito yo a que Nintendo llame a Naughty Dog para que les enseñe a escribir un guion? ¿Propongo enviar un mensaje a Rockstar para que les cuente cómo lograr vender 30 millones de copias de un solo producto? ¿Y si sugiero que Breath of the Wild debería aprender de NieR Automata en cuanto a concebir un buen sistema de combate?
Un grandísimo título
Como poder, podría hacerlo pero, sinceramente, pienso que no estaría siendo justo con el bueno de Link, por algo tan sencillo como que cada obra es como es, con sus virtudes y sus defectos. Y ni Red Dead Redemption II tiene la obligación de permitirnos surcar una ladera montados en una tabla de planchar o poner a nuestra disposición 120 cuevas para explorarlas en el orden que deseemos, ni el citado Breath of the Wild está obligado a contarnos una historia que nos deje varias noches sin dormir debido a su complejidad.
En el videojuego, al igual que sucede en cualquier otro ámbito como el fútbol o la cultura, solo el tiempo es capaz de sentenciar y elevar a lo que está llamado a trascender en el tiempo. Nunca, nunca, somos nosotros los que tendremos el poder de afirmar algo así. Y no, la entrega más reciente de Zelda no ha cambiado nada. Los estudios y las franquicias que triunfaron muchos años antes de la llegada del juego continúan triunfando tras él, y lo hacen sin mirar ni el material de su carátula. Porque The Elder Scrolls, Red Dead Redemption o Grand Theft Auto seguirán conquistando a millones de usuarios de la misma forma en que ya lo hacían antes del 3 de mayo de 2017.
Una influencia razonable pero no ilimitada
No me gustaría que se me malinterpretara. En primer lugar porque AKB es un lugar en el que cualquier opinión tiene cabida y yo solo me represento a mí mismo y en segundo, porque pienso que Breath of the Wild es un videojuego maravilloso. Pero, por más que queramos repetirlo, no; ni ha inventado el mundo abierto —por mucho que haya logrado ofrecernos una vertiente distinta y muy satisfactoria— ni tampoco ha sembrado ninguna semilla. Seguiremos viendo títulos de corte sandbox, como también disfrutaremos de un sinfín de juegos en los que el jugador tiene libertad de acción y capacidad para explorar extensos entornos.
Y serán mejores o peores. «GOTYS» o «mierdas», pero lo serán por sí mismos, en ningún caso influenciados por el juego que inspira esta reflexión. Porque lo del «antes todo era campo» no me vale; llevamos décadas avistando grandes edificios y frondosos bosques, y algunos de ellos son superiores a los que podemos encontrar en Hyrule.