Análisis Do Not Feed the Monkeys: Jugando a ser voyeur

Voyeur es un documental de Netflix que cuenta la historia de Gerald Foos, expropietario del Manor House Motel. Gerald compró este motel para espiar a sus huéspedes, para ello construyó una plataforma de observación entre el tejado y las habitaciones del mismo. Se pasó años observándolos a través de las rendijas que las habitaciones tenían en el techo.

A veces se dedicaba a “alimentar a los primates” que observaba, a interactuar con estos individuos. Hacía experimentos, como dejar vibradores en la mesita de noche o maletas en el armario. Un día, en su ronda nocturna se acercó a la parte superior de la habitación de una pareja recién llegada al motel y descubrió que uno de ellos era camello. Gerald sabía que el chico guardaba droga en el respiradero y, en cuanto salieron al día siguiente, se dirigió a la habitación y la tiró toda por el váter.

Cuando la pareja volvió el chico acusó a su novia de haber perdido el alijo y, tras una violenta discusión, la estranguló y se fue. Gerald Foos lo vio todo, pero no hizo nada. A la mañana siguiente, una limpiadora encontró el cadáver de la chica en el suelo. Eso es lo que puede pasar cuando “das de comer a los monos”.

Bienvenido al Club de Observación de Primates

Do Not Feed the Monkeys es lo último de Fictiorama y ha sido definido, más de una vez, por sus propios creadores como un “simulador de voyeur digital”. El juego nos sitúa en la piel de un tipo con una vida medianamente normal, que vive en un piso pequeño y que no tiene un trabajo fijo. Cuando empezamos el juego acabamos de ser aceptados en el “Club de Observación de Primates”, que a través de un sencillo software que instalaremos en nuestro PC nos mostrará la vida de decenas de “monos enjaulados”, que están siendo grabados sin saberlo, en diferentes pantallas.

La única norma que realmente tenemos que cumplir es comprar cada semana el número de cámaras nuevas que se nos pida. Porque la violabilidad de la otra norma que nos pone el club, y a la que la propia obra debe su título, es evidente. Pero no podemos dejar de lado nuestra vida real y pasarnos todo el día mirando monos, en el juego tenemos que comer, dormir y conseguir dinero, para no morirnos de hambre y para poder comprar las nuevas pantallas antes de que se acabe el plazo. El dinero se consigue bien realizando trabajos esporádicos o bien dando al “Club de Observación de Primates” la información que se nos pida, trabajando así en lo que realmente nos gusta, el voyeurismo.

Al otro lado de la ventana

Se podría decir que el voyeur es un ser que actúa por curiosidad, algo que Do Not Feed the Monkeys opta por transmitir al jugador a través de lo absurdo, divertido y surrealista de sus historias. De hecho, no es necesario que miremos las pantallas para poder pasarnos el juego. Con trabajar varias veces al día para comprar comida y nuevas pantallas, alimentarnos y dormir bien, podemos sobrevivir. Pero nosotros miramos a los monos porque realmente nos gusta. En realidad, las historias que podemos ver a través de las cámaras no son tan interesantes.

Pero nos gusta observar a los “primates” porque estamos haciendo algo incorrecto, ese es el verdadero espíritu del voyeur ¿Hay algo más excitante que hacer algo incorrecto? Lo cierto es que sí que lo hay: Romper la principal norma que nos pone el propio club por medio del cual podemos hacer, desde el anonimato, algo incorrecto. “Dando de comer a los monos” estamos rompiendo dos veces las normas.

Y una vez atraviesas esa barrera e interactúas con los simios, te quedas por lo sorprendentemente adictivo que resulta. Pero para poder interactuar, antes hay que conocer. La mecánica de investigar y recopilar información es muy simple y nos obliga a estar constantemente atentos a todas las cámaras. Además, realizamos esta tarea a la vez que vamos formando nuestra propia interpretación. Esto genera una desvinculación del jugador y el personaje, a veces ya sabemos cierta información desde fuera que en el juego aún no sabemos. No siempre se trata de una interpretación directa, porque no siempre descubrimos ciertos datos a la par que nuestro personaje.

Una vez hemos recopilado determinada información de una jaula podríamos empezar a jugar con los monos, para obtener más información o para resolver, de alguna manera, esa pantalla. Normalmente las pantallas tienen varios finales, según cómo decidamos gestionar los datos que hemos recopilado. Aquí, Do Not Feed the Monkeys, explora la moral de formas muy distintas. Recuerdo una pantalla en la que se veía a un tipo espiando a su vecina con un telescopio desde el desván. Resolví la jaula denunciándolo, envié un vídeo en el que se le veía haciéndolo a una cadena de TV. Fue detenido por la policía al día siguiente. Pero luego pensé: ¿Qué nos diferencia a ese tipo y a mí? ¿No estoy yo haciendo lo mismo pero a mayor escala?

Tenemos muchas formas de interactuar desde nuestro PC, podemos llamarlos, chatear con ellos, incluso enviarles determinados productos que compremos por internet. A veces, incluso la vida de estos monos, depende totalmente de nosotros, porque somos los únicos que los estamos observando. Esta variedad en la interactividad con los primates nos hace sentir muy importantes, que realmente tenemos poder y nuestras elecciones pueden cambiar considerablemente el curso de las historias que vemos a través de las cámaras. Al final, es una actividad delicada y riesgosa, que depende exclusivamente de nosotros.

Mi novia no suele jugar videojuegos, se cansa rápido con según qué títulos, pero el día que decidimos poner Do Not Feed the Monkeys estuvimos toda la tarde pegados a la pantalla. Ha sido la primera vez y la última que le he oído decir, en relación con un videojuego, esa clásica frase, tan recurrente entre los que solemos jugar con más frecuencia, de: “Cinco minutos más y lo dejo”.

Conclusión

Do Not Feed the Monkeys es una propuesta innovadora, original, adictiva y muy accesible. Y todo esto a través de unas mecánicas sorprendentemente sencillas y simplificadas. Lo único que le puedo echar en cara es su duración. Cuando ya has cogido una rutina y sabes cómo manejarte se acaba. Y, joder, cómo hubiésemos agradecido unas horas más alimentando a esos malditos primates. [80]

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