Si el tercer episodio de la última temporada de Juego de Tronos nos dejó sin habla y con Arya Stark como protagonista absoluta, este cuarto supone un bajón de ritmo en favor de la emotividad y la tensión palpable que se está construyendo en torno al desenlace de la serie.
¿La última concesión a los fans antes del inevitable final o necesidad de querer finiquitarlo todo? ¡OJO, SPOILERS!
Pasado ya el ecuador de la octava temporada de la serie estrella de la HBO, este cuarto episodio ha decidido sacrificar su ritmo en pos de homenajear a los caídos y a los supervivientes de la batalla que en el tercer episodio supuso la victoria de los vivos sobre los muertos. La emotividad que construye en su comienzo está hecha para detener el tiempo y hacer que el espectador preste atención a los que están ahí, a los supervivientes que aún tienen que enfrentarse a otra batalla por su futuro y el de Poniente. Es por ello que Juego de Tronos se toma su tiempo para acordarse de aquellos que han caído y para trasladar el eje de la trama a Jon Snow y a su condición de líder, por mucho que lo niegue o no quiera serlo.
También este episodio sirve para ahondar más en la crisis existencial por la que está pasando Daenerys. Por si no bastara con descubrir que está enamorada de su sobrino, el cual es el legítimo heredero al Trono de Hierro, también se encuentra con el problema de que el Norte, expresándose a su manera a través de la boca de Tormund, lo ve como a un rey. Por supuesto, estas palabras no sientan bien a Daenerys, quien mantiene una lucha interna cuyas consecuencias se hacen cada vez más visibles para sus consejeros. La preocupación se traslada, si no lo estaba ya, a los fans de la serie, haciendo que se enfrenten a la posibilidad de que Daenerys haya olvidado por qué luchaba, aunque esta posibilidad ya se lleva abordando desde la temporada pasada.
Aparte de acentuar las dudas de Daenerys, la celebración nos deja con varios momentos de puro fan service, para bien y para mal. La propia Daenerys nombra a Gendry señor del Bastión de Tormentas, atando así una posible alianza para el futuro, aunque esto no impresiona a Arya, quien, tras el romance entre ambos vivido en el episodio dos, parece volver a elegir el camino que ella cree que le corresponde y rechaza ser la esposa del bastardo de Robert Baratheon. Además, el pobre Tormund se lleva un palo tremendo al ver cómo Brienne elige a Jaime por encima de él. Y sí, es otro momento de fan service que luego queda empañado cuando Jaime decide marcharse de Invernalia rumbo a Desembarco del Rey, rumbo, de nuevo, a Cersei. La pescadilla que se muerde la cola lo llaman. Esto deja una sensación de que Juego de Tronos está tomando decisiones precipitadas en su octava temporada, lo cual a muchos fans no les agradará en absoluto.
A pesar de todo el fan service presente en el episodio, cosa que no nos hartaremos de repetir, Juego de Tronos sigue avanzando en la trama de la incestuosa relación entre Jon y Daenerys. Esta, tras lo ya mencionado en la celebración, presiona a Jon para que no revele a su familia quién es en realidad y, sorpresa, sale mal. Los Stark que quedan vivos se reúnen y Jon, a través de Bran, se lo cuenta a Arya y a Sansa, quien sabe guardar un secreto al mismo nivel que Tom Holland, al parecer, y a su vez se lo cuenta a Tyrion. Esta cadena acaba con Tyrion y Varys sabiendo quién es Jon en realidad y planteándose la posibilidad de que a Daenerys se le esté yendo un poco la cabeza. Atar los cabos no es nada complicado.
También está el tema de Bronn, quien, por lo visto, es capaz de colarse en una fortaleza y encontrar a Tyrion y a Jaime bebiendo tranquilamente para amenazarles con una ballesta. ¿Qué cómo lo hace? Pues con la ayuda del deus ex machina, por supuesto. Otro detalle de la prisa de Juego de Tronos por cerrar o avanzar en algunas tramas, aunque el carisma de Bronn sigue siendo intocable y la escena entre los tres hombres resulta realmente entretenida. Por supuesto, Bronn no mata a ninguno de los dos hermanos Lannister, sino que busca algo más de lo que le ha prometido Cersei. Porque ya sabemos cómo es Bronn, y le queremos a pesar de ello.
Y, en otro orden de cosas pero aún en la misma línea de cosas inexplicables, asistimos también atónitos a cómo Jon deja ir a Fantasma con Tormund para que viva libre en el Norte. Muy probablemente, los guionistas pretendían crear un momento emotivo a través de una decisión bonita del estilo “si lo quieres, déjalo ir”, pero la forma en la que se despide Jon de Fantasma, sin siquiera una pequeña palmada en la cabeza que le diga “buen chico”, también ha dejado a los fans algo descolocados. Not cool, Jon. Not cool.
Como era de esperar, tras la emotividad llega la verdadera chicha del capítulo. Con Daenerys viajando a Desembarco del Rey con sus dragones, llega la primera sorpresa del episodio. Rhaegal muere a causa de las gigantescas ballestas antidragones que ha preparado Cersei para la ocasión y que ya vimos utilizar a Bronn en la temporada pasada. Esto, por supuesto, hace que Daenerys se enfurezca más si cabe, y obliga a Tyrion y a Varys, ahora conocedores de la verdadera identidad de Jon, a plantearse muchas cosas. La trama sigue complicándose en torno a Daenerys y su derecho al Trono de Hierro, y tened por seguro que algo malo va a pasar a causa de ello.
Con sólo un dragón, con problemas de confianza, con sus consejeros comenzando a conspirar a sus espaldas y con Missandei secuestrada por Cersei, Daenerys se encuentra en una situación bastante peliaguda. La conversación que mantienen Tyrion y Varys es bastante reveladora y deja clara la preocupación que ambos sienten ante el estado mental de su reina, pero es el segundo quien está más convencido de que puede que Daenerys no sea la opción más adecuada para sentarse en el Trono de Hierro. Para la audiencia, es algo frustrante ver cómo Tyrion, quien ha sido siempre un hombre bastante racional e inteligente, no es capaz de superar del todo la debilidad que sienta por Daenerys, y está por ver cómo reaccionará el consejero.
Y, por si fuera poco, para poner la guinda en el pastel de mierda que le ha tocado a Daenerys, Cersei ejecuta a Missandei ante sus ojos y los de Gusano Gris. Las últimas palabras de la antigua esclava son bastante reveladoras con lo que puede ocurrir en los dos capítulos siguientes: “dracarys”. ¿Sucumbirá Daenerys a sus impulsos más básicos y cederá a la locura que puede apoderarse de ella? ¿Será capaz Jon de ayudar a Daenerys a superar la etapa por la que está pasando? ¿Acabarán enfrentándose ambos por el Trono de Hierro, o será Cersei quien se siente en él? ¿Morirán todos menos Tyrion y será este quien gobierne Poniente? Siendo sinceros, esperamos que Tyrion salga bien parado de todo esto, y con su culo sobre el Trono de Hierro todos estaríamos más tranquilos.
En resumen, sí que es cierto que nos encontramos ante un capítulo más flojo de lo que cabría esperar. Las prisas son malas compañeras, y esto se refleja en cómo los guionistas están tratando de cerrar tramas de un plumazo y acelerar el desenlace de Juego de Tronos. Si bien los tres primeros capítulos han combatido esas prisas con la espectacularidad y el buen ritmo, este cuarto episodio aboga por el fan service y la construcción de la tensión, lo que, paradójicamente, acentúa los pequeños fallos que pueden estar cometiéndose en esta temporada final. No obstante, los momentos de calidad de la serie compensan los gazapos (no, no vamos a hablar del vaso de Starbucks más allá de esta mención), y esperamos, de todo corazón, que los dos últimos capítulos de Juego de Tronos cierren la serie como se merece.
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