Según el diccionario Oxford de la lengua inglesa, Slush es «nieve o hielo parcialmente derretidos». Término que le viene como anillo al dedo a uno de los mayores eventos de la industria de los videojuegos y la innovación tecnológica en Europa, en la capital norteña de Helsinki, para ser exactos.
Cada año decenas de capos de la industria europea, docenas de periodistas internacionales, cientos de inversores y miles de startups se reúnen con un único motivo: derretir parcialmente el corazón de sus visitantes. Conseguir esa entrevista de oro, esa tarjeta de negocios de aquel CEO que está a punto de petarlo, el interés de ese inversor en manos de la cornucopia bancaria definitiva, ese qué-sé-yo que te puede permitir sobrevivir o simplemente entrar por primera vez en este confuso, agresivo y orgánico mundo de los videojuegos y la tecnología en general. ¿Y qué si no?: seguirás bajo cero, para siempre.
Bueno, no para siempre, no nos pongamos melodramáticos. Puedes ir el año que viene, puedes recorrerte el planeta entero y los mil eventos que lo cubren mientras esperas, pero hoygan, señoras y señores, aquí se viene a por todas. Fallar no es una opción. Si te molestas en venir y en hacer las cosas bien deberías de salir Contento, con mayúscula y acento en la «e», de Euforia (personal e intransferible).
Slush no es el E3, tampoco es un simple evento de negocios ultra elitista. Simplemente, imagina que el mes que viene (del 18 al 19) reúnes en el mismo edificio a gente de la talla de Ilkka Paananen (director ejecutivo de Supercell; Clash of Clans), Sue Gardner (directora ejecutiva de Wikimedia), Esa-Pekka Salonen (director de la Orquesta Filarmónica de Londres) , Martin Lorentzon (cofundador de Spotify). Gente con ese don divino llamado «visión». Y lo comparten, dan charlas sobre ello.
Multimillonarios, emprendedores, periodistas de la prensa internacional (Forbes, The Wall Street Journal o TechCrunch), todos, gente con mucho talento o, al menos, saber hacer, en el mismo lugar. Vamos, los capos de los que hablaba antes. Inversores y artistas, todo en uno.
Y no, no pueden huir, no irán muy lejos, están en Finlandia, hace frío fuera. Bajo cero. Lo que buscan es calor, buenas ideas y hacer amistades (networking, en jerga técnica-cool). Te vas haciendo una idea, ¿no?
Ahora, imagina que estás allí, como periodista, emprendedor o futuro diseñador de juegos, lo que sea: ¿qué harías? El señor ese que parece tan majo al lado tuyo ya está riéndose con ese señor de corbata y- ¡oh dios! se han pasado algo en un juego de manos sutil. No, no es droga, es algo mejor: una tarjeta de negocios. Apretón de manos. Tragas saliva, debes moverte. Entonces ves otro grupo, en el centro la pantalla de un iPad brilla, ríen, nuevo apretón de manos múltiple, sonrisas, juegos de mano, apuntes en el móvil, tarjetas. Tragas más saliva. Sólo piensas: mierda.
Slush no es el sitio para quedarse congelado y hacerse preguntas. El emisor tienes que ser tú. Ya cambiarás el rol cuando le llegue el mensaje a tu receptor y lo escupa en forma de retroalimentación. Y sí, el ambiente es duro y competitivo en el mundo de los videojuegos, las startups y la tecnología en general: bienvenido. Como en el resto de negocios del mundo mundial. Pero no es que nadie te quiera dejar atrás, no es que haya un final boss detrás de todo esto, en plan conspiración digna de algún Metal Gear. Simplemente son humanos. Y los humanos somos selectivos. Supervivencia lo llaman.
Bien, ya sabes lo que es Slush. Sabes dónde estás, te haces un lugar en el entorno. Ya tienes algunas tarjetas en tu bolsillo que te hacen sentirte seguro, algunas charlas memorables, fotos que colgar en tu muro de Facebook o tu artículo de prensa. Te estás empezando a sentir mejor. Has llegado a hablar incluso con el señor ese tan majo que antes estaba a tu lado. Maldita sea, ¡es divertido! Vivir al borde de un precipicio metafórico e hiper-competitivo, donde cualquiera te puede empujar o simplemente puedes caer por tu propio pie, es divertido. Es la otra cara de tener el agua al cuello. De salir de ese mundo bajo cero. Es agotador, subyugante a ratos, lo odias y lo amas, pero si estás hecho para hacer videojuegos o crear algo, si crees tan firmemente en tus ideas que darías un brazo por ellas, es lo mejor que te podría haber pasado. Y ahora, amigo, viene la mejor parte. Tercer acto: el clímax.
¿Qué pasa cuando juntas a tanta gente en un recinto cerrado, qué puedes hacer? Exacto: montar una fiesta de órdago. Da igual que seas multimillonario o cajero en el Lidl, cuando hay fiesta, en alguna recóndita parte de tu primitivo cerebro -recuerda, Slush sólo es «mucha gente» encerrada en el mismo sitio- se activa ese botón rojo que te dice en negrita y subrayado: hoy lo doy todo, alcohol en vena, la fiesta padre, voy de jarcor.
Da igual que seas multimillonario o cajero en el Lidl, igual que la muerte, la fiesta nos mide a todos con el mismo rasero. Es cuando la gente de corbata, los capos, se quitan su coraza, entierran el hacha de guerra, te cogen del cuello después de unos cuantos gin-tonics y te dicen sonriendo ¡Heeeey, macarena, AAAY! Sí, lo estoy exagerando, pero menos de lo que crees. Es la bonus round del nivel. Puedes ganarte esos puntos extras que necesitabas, desbloquear unos logros y dormir más tranquilo. Porque da igual de dónde vengas, bajo la mente colmena de una fiesta, todos somos amigos… al menos hasta que volváis a estar sobrios.
Amanece. No hay nada nuevo bajo el sol, excepto una sensación pastosa en tu boca y ciertas conversaciones fragmentadas pululando por tu cabeza. Todo sigue bajo cero en Helsinki, pero tú sientes que puedes mover mejor tus articulaciones, estás en forma, respiras mejor y estás lleno de energía. Coges tu pase y vas hacia el último día de Slush. Pero esta vez tu mentón apunta más alto, como más, no sé, perpendicular a tu torso. Te comes el mundo; joder que si te lo comes. Vas a recapitular. Vas a salir Contento de nuevo.
Llegas en plan Bayonetta, dispuesto a romper el hielo a base de balazos, pero con swag. Limpias tus suelas llenas de nieve en la entrada, dejas tu chaqueta húmeda en el ropero. Te pides un buen vaso de agua, para ayudar humildemente a tu cuerpo a terminar con los restos de la resaca; eso sí, el agua con hielo, como un señor. Te lo tomas de un trago, masticas los cubitos en tu boca en plan apisonadora. La gente te mira raro, pero no importa. Ya estás dentro, te sientes como en casa. Estás en Slush. Lo vas a petar.