Comienzas como si fuera un juego cualquiera, diseñando un personaje. Inviertes un montón de tiempo en seleccionar la clase (mago, bárbaro, noble, soldado, ladrón...) y otro tanto en escoger el color del pelo, la barbilla, la forma de los ojos. Le bautizas con un nombre molón y te pones a jugar. Y no tardas en morir. Una y otra vez. Y otra vez. Y una más. (más…)
