Yakuza Kiwami: Yo soy Kiryu Kazuma y esta es mi historia

Me llamo Kiryu Kazuma y soy yakuza. Bueno, en realidad no es que lo sea, es que me obligan a serlo. Han sido numerosas las ocasiones en las que he querido desaparecer del mapa y me he visto obligado a volver a la acción. Es duro reconocer que este mundillo, gracias al cual sigo vivo y he podido salir adelante, es en realidad un pozo del que es casi imposible salir.

Sin salida

Ojalá pudiese dejarlo atrás todo, pero ahora que me aproximo a la década de los 50 ya he abandonado toda esperanza de poder seguir adelante como una persona normal. En los últimos 30 años he vivido mil aventuras. Algunas son menores, inherentes al día a día de la vida de un Yakuza… pero otras son experiencias de las que te marcan de por vida. Echando la vista atrás, yo diría que hay siete aventuras que destacan por encima de las demás y que han hecho de mí la persona que soy hoy en día. Puede que sea por estar entrando ya en una edad avanzada, pero estoy especialmente nostálgico últimamente.

A principios de este año me dio por recordar mi juventud, cuando apenas tenía 20 años y era un yakuza novato. Lo cierto es que no tuve una vida fácil, ya que perdí a mis padres cuando todavía era muy joven y me crié en el orfanato Sunflower. Allí conocí a Akira Nishiki, quien sería mi mejor amigo, a su hermana Yuko y a mi amada Yumi. Éramos felices dentro de nuestra pobreza y nos cubríamos mutuamente las necesidades afectivas convirtiéndonos en una familia improvisada. Shintaro Kazama, un jefe de la familia Dojima del clan Tojo, nos acogió a Nishiki y a mí bajo su ala y, nada más terminar el instituto, nos dio trabajo como yakuzas. Obviamente, empezamos por lo más bajo.

Un giro inesperado

Si a principios de año me dio por recordar mis primeros pasos en la mafia japonesa, últimamente he estado recordando algunos de los momentos más duros de mi vida, cuando tenía 27 años. Todo parecía sonreírme y estaba más preocupado por declarar mi amor a Yumi que por los problemas típicos de las familias. Sin embargo, las cosas no tardarían en torcerse: Dojima, líder de la familia, intentó forzar a Yumi y Nishiki acabaría matándolo. Yo, con toda mi buena intención, no podía permitir que nada le ocurriese a dos de las personas más importantes de mi vida, así que asumí yo toda la culpa y les dejé huir, para que nada de todo esto les salpicase. Esto provocó que me pasase nada menos que diez años en prisión. Diez años en los que todo cambió.

Nishiki se convertiría en un líder, pero se vería ahogado por la problemática de la desaparición de diez mil millones de yenes. Yumi no volvió a ser la misma desde aquel incidente con Dojima y no supe gran cosa de ella. Y, todavía no sé muy bien cómo, acabaría convirtiéndome en una figura paterna para Haruka, una niña pequeña que estaba buscando a su madre y que acabó convirtiéndose en el eje central del resto de mi vida. Qué irónico, un yakuza que acaba dándoles más importancia a los niños que a su propia vida…

Pero eso son acontecimientos posteriores. Lo que me atribula últimamente es aquel año 2005, aquella historia que parecía digna del mejor cine de yakuzas. De haber sido un videojuego, seguro que habría vendido millones de copias y acabaría estando hoy en boca de todos con esos remakes que tan de moda están. Y de ser un videojuego tan exitoso, no sería de extrañar que algún director alocado, como Takashi Miike, se lanzase a hacer una adaptación de mi historia. Material habría más que suficiente; aunque no quiero entrar mucho en detalles, en aquellas Navidades de 2005 se vivieron traiciones, luchas de poder, engaños, muertes, nuevas esperanzas

Un nuevo principio

A veces, para poder seguir adelante, es fundamental sacrificar aquello que más quieres. Desde luego, si esto hubiese sido un videojuego, habría sido uno de los más elaborados y complejos de toda la historia… aunque claro, estoy nostálgico y eso me ciega. Seguramente alguna de mis otras grandes aventuras hubiese dado para un videojuego todavía mayor, más completo y profundo, con más personajes y más entornos. Pero aquellas Navidades tan solo me moví en el barrio de Kamurocho, con la gente habitual y los lugares de costumbre. En el fondo es normal, era el territorio de mi familia y tenía que empezar una nueva vida nada más salir de la cárcel, además de que había mucho que arreglar antes de volver a la normalidad.

Resulta curioso cómo el cerebro se obsesiona con recordar los detalles más pequeños. Aquí estoy yo, nostálgico recordando el drama vivido en 2005 y pensando en la pequeña y adorable Haruka, y mi cerebro se empeña en recordarme que en mis años mozos me gustaba distraerme más de lo que debería. Entre encuentros y enfrentamientos, disfrutaba perdiéndome por las calles de Kamurocho y sacando el máximo partido a todas sus opciones de ocio: béisbol, karaoke, coches a radiocontrol, casinos, coliseo, mahjong, shogi, coleccionando cartas del juego de moda MesuKing, visitando clubes, coleccionando armas y armaduras… No se puede decir que nos aburriésemos por aquel entonces.

Y si, por un casual, nos llegábamos a aburrir aunque fuese un rato, ya aparecía Goro Majima con sus tonterías y nos distraíamos unas horas. Es verdad, casi ya ni recordaba la obsesión que tenía Majima conmigo por aquel entonces… Es como si mi vida hubiese estado siempre ligada a ese perro loco. Recuerdo cómo me esperaba en cualquier rincón de Kamurocho, ansioso de saltarme encima para cogerme desprevenido y pelear a la vieja usanza. Se escondía en cubos de basura, me daba sustos esperándome detrás de sitios, salía incluso de las alcantarillas… eso por no hablar cuando la liaba gorda y simulaba un holocausto zombi para asustarme, o incluso se disfrazaba de policía o de idol para obligarme a pasar la vergüenza de tener que enfrentarnos en situaciones absurdas.

Sin embargo, más allá de que Majima esté loco, sé que lo hacía para ayudarme a desoxidarme tras una década de inactividad. Antes de ir a la cárcel, ya desde los años 80, se me conocía como el Dragón de Dojima; pero diez años encerrado provocaron que perdiese mis habilidades y que tuviese casi que volver a empezar desde cero. Como siempre, la experiencia es un grado y es importante pulir las bases, así que tuve que volver a perfeccionar mis tres estilos de lucha básicos antes de sacar el máximo partido al Dragón eterno que pude volver a ser. En ese aspecto, Majima me ayudó mucho, ya que nuestros enfrentamientos me ayudaban a recordar habilidades concretas que me permitieron ir engrasando mis articulaciones y volver a ser quien solía ser.

Como el Mono Burgos pero en Yakuza

Un hombre de pueblo

Otra cosa que tampoco olvidaré es cómo la gente de a pie necesita tantísima ayuda. Bueno, eso es algo que sigue pasándome día a día, pero ahí estoy siempre dispuesto a echarles una mano en lo que pueda. Supongo que eso es algo que me diferencia de otros yakuza, pero no en vano soy el mismo que ha acogido a una joven indefensa y ha cuidado de ella como si fuese su hija. En el fondo, de no ser por la desgraciada cadena de acontecimientos de mi vida, mucho me da que no habría sido yakuza… Pero a lo que iba, la gente. Si estás dispuesto a escuchar, te sorprendería ver la cantidad de gente que pide auxilio por la calle constantemente.

Hay problemas familiares, niños que quieren jugar, negocios que luchar por no tener que cerrar, jóvenes que necesitan ayuda para cumplir sus sueños, mascotas perdidas, dinero desaparecido, problemas sentimentalesEs en la calle donde se ve de verdad la situación en la que se encuentra una sociedad y, en ese aspecto, Kamurocho es un reflejo perfecto de la sociedad japonesa en la que vivimos, con gente que tiene problemas reales y busca soluciones reales a sus problemáticas. Aunque eso no quita que alguna vez las soluciones sean surrealistas… Es precisamente ese contacto con la sociedad lo que me hace pensar y replantearme muchas cosas de mi día a día. Todos deberíamos hacerlo más y reflexionar sobre lo bueno y lo malo que tiene nuestra forma de ver el mundo.

Nunca está de más recordar el pasado para saber cómo afrontar el futuro y, desde luego, esta aventura que viví en 2005 es uno de los mejores espejos en los que mirarse. Es una aventura en la que tuve que sacrificar mucho, perdí mucho pero, al mismo tiempo, gané mucho. Todo aspirante a yakuza que quiera oír mi historia aprenderá abundantes cosas sobre los pros y los contras de esta profesión, además de comprender por qué soy como soy y por qué seguí la senda que seguí. Porque así es la vida de un yakuza: un carrusel de emociones constante en el que no pararás de hacer cosas ni por un momento. O estás dispuesto a luchar a diario y a conocerte mejor a ti mismo, o más te vale que te dediques a otra cosa. [80]

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